Con 92 años cumplidos la vida se ha de ver diferente. En la cima de la cumbre, lúcido y aún con una movilidad suficiente, uno tiene que otear el horizonte con ironía, distancia, sin prisa alguna. Y si no tiene esposa ni hijos, ni te cuento. Con 92 años cumplidos, lees el periódico por la mañana, miras tranquilo por la ventana, sales al parque a respirar aire fresco, comes, siesteas, recibes una visita, ves el telediario, colegueas…
Ayer fui a la Residencia Mixta de Pumarín a ver a un tíoabuelo, el que queda. Lleva cinco días interno y nos cuenta que se ha aburrido bastante. Qué curioso. Llevaba años viviendo solo en un pueblo mediano y ahora está rodeado de mil internos. Pero está bien y con ánimo. Siempre recelé de esta mole de edificio lleno de vieyos; demasiada masificación. Sin embargo, parece perfectamente organizado y muy pulcro. Lo más curioso es que en dos horas, de once a una, no vi apenas un alma. “Están todos en la habitación hasta la hora de comer”, dijo. Seguro que hay sitios del edificio que aún no conoces. “Bueno, hoy me enteré de que hay bingo a las cinco”. También hay, al parecer, una gran cafetería, actividades, jardines, etc. La habitación era muy correcta: una entrada común para dos personas, una puerta a cada lado para el dormitorio, todo con ventanas a la calle; y un baño compartido. Un pequeño problema: su nuevo compañero de fatigas apenas habla. “Yo quería llevarlo a tomar una caña, dar un paseo, hacer algo de vida con él; pero no habla. No sé ni de dónde es”, lamentaba. “Es el inicio. Ya verás cómo se suelta”. Luego nos sentamos en la salita común de su planta, muy amplia, luminosa y con un gran televisor. Lo curioso: seguía sin haber gente. ¿Se habrán escondido?
Ay tíoabuelo, cómo me recuerdas a mi abuela: los mismos gestos, los mismos latiguillos, la misma cara. Con qué parsimonia hablas, qué lucidez demuestras entre lagunas, qué cara de tioabuelo te han puesto los años, con esas cejas pobladas, esa piel transparente, esa chaqueta de tioabuelo, ese bastón. Si te ve Garci, te contrata. Yo, por mi parte, espero que salga un buen día y estar de descanso para ir a buscarte y llevarte a mi pradín. Allí te voy a instalar, confortable, entre árboles, en un solysombra adecuado, para que leas el periódico ayudado de tu lupa mientras siego el prau, que la hierba crece ya como un diablo en estos tiempos primaverales, o mientras voy preparando la huerta. Tú a lo tuyo y luego ya habrá tiempo de tertulia durante la comida. Seguro que en unos días, cuando te vayamos a buscar para pasar el día tendrás ya tus colegas y habrá quien diga: ¿Adonde te llevan, hombre de Dios? Y tú soltarás una sonrisa cómplice.