Hoy, hace dos años, estaba tumbado en la cama con el portátil escribiendo tu despedida, que había de leer en San Julián. Intenté describirte, elogiarte, poner un punto de humor en la tragedia de morirse a los 41 años. Aquel extraño escrito casi me reporta la excomunión, pero me quedé a gusto. Miraba para la caja, en San Julián, y pensaba: ahora estarás sonriendo, ahora dirás que ‘vaya morro que tengo’, ahora te partirás de risa… Ahora nada.
Han pasado dos años y qué puedo decir de ti que no sepamos todos los que disfrutamos de tu socarronería y de ese par de cojonazos que siempre te adornaron. Qué putada más grande nos hiciste, pedazo de cabrón. Eso, francamente, no se hace, no se te permite. Morirse a los 41 no tiene perdón. Pero yo siempre quiero (intento) pensar en positivo. Así que quedémonos con esas mil y una noches de juega, con esas carcajadas infinitas, con los pareados, con las puyas permanentes, con las cervezas en el Escocia, con las sesiones de playa, cuando en vez de moreno te ponías sonrosao y yo me descojonaba de ti, diciéndote que parecías un gochu asturcelta; con los viajes en vespa, con el tren a Estambul y aquella metedura mía de pata con mi macarrónico inglés, cuando para preguntar si aquel asiento estaba libre me salió un incomprensible “it isn’t” y tú me increpaste que qué coño estaba diciendo y yo te contesté: “Qué más da, si no lo van a entender igual”. Era llegar al Escocia, veinte años después de aquello, y tú, a la menor ocasión, me respondías a cualquier cosa con un “it isn’t” y, por enésima vez, nos echábamos a reír.
La risa. Qué sana la risa. Siempre te recordaré riendo, refunfuñando displicente y riendo. Eternamente riéndote: de las pequeñas cosas, de las situaciones, de las cavilaciones, de la vida en definitiva. Yo sigo aquí, en fase terrícola. Y en mi rutina, desde hace dos años, hay un diálogo ocasional con el aire que me rodea (donde te busco) para darte cuenta de las últimas chanzas, de las pijadas que te divertirían, de los partidos de fútbol o tenis que te hubiera gustado ver y comentar, de todo aquello que compartíamos desde los 16 años; de los nexos de toda una vida en común.
Larga vida a tu memoria, amigo.