“O subo o muero”. Subió y murió. Esa es la breve historia de Sailendra Kumar, un nepalí de 82 años que no quería irse de este mundo sin subir al Everest. A su brillante carrera profesional (embajador en la ONU en los 70, ministro de Exteriores de Nepal en los 80, diplomático…), Sailendra quería añadir un trofeo final: subir al pico más alto del mundo, coronar sus 8.484 metros y gritar desde allí arriba que era el hombre más viejo que jamás había hecho tal proeza. Pero Sailendra Kumar no había tenido la montaña entre sus aficiones de juventud y esa falta de fondo, unida al dni, acabaron con él. Murió.
Nuestro héroe llegó apenas al campamento base de la Cascada de Hielo, a 5.600 metros. Daba tumbos y apenas articulaba palabra, agarrado a una cuerda de la que iba tirando un sherpa. Allí debió acudir al hospital de campaña gestionado por dos zaragozanos. Y la espichó. Las analíticas previas, recordaba una doctora, daban “un 35% de hematocrito y 12 de hemoglobina”, unos mimbres que no hacen un cesto. Pero Sailendra, cabezón él, lo intentó. Llegó hasta una cota a la que el grueso de los humanos no han llegado en su vida (un servidor ha estado a 5.822 en el Misti, Perú, pero con 32 años) y se fue de este mundo, intuyo, lleno de felicidad.
Eso de morirse en la cama, entre lamentos, siempre me ha parecido un atraso. Una letanía, vaya. Los animales no mueren en la cama; mueren en el campo de batalla, a cielo abierto. Si llegan a una edad extrema, se echan a un lado y la cascan sin molestar a nadie. No convocan a la familia y, agarrados todos de la mano, se despiden lenta y angustiosamente, uno por uno. Nosotros los humanos somos más de dar la tabarra, de morir indecentes, cobardes, aterrorizados por el más allá, cuando en realidad no consta más que el más acá. Sailendra Kumar murió como un animal. Solo, libre, con un brillo en los ojos, mirando al Everest. Así sea mi muerte: en la montaña, con horizontes, sin camas ni goteros. Larga vida a tu memoria Sailendra. Tu gesta es la de Hillary, sólo que tú has sido más valiente y más tenaz que él. Ese monte majestuoso al que los nepalíes conocéis por Sagarmatha (la frente del cielo) y los chinos por Chomoliungma (madre del universo) presidirá el funeral más bello de la historia.