Remontarte a los veinte años trae a la memoria toda una antología del disparate. El buen amigo Murias sabe de ello. El viernes pasado celebró su cumpleaños: cuarentaitantos, aunque no se noten. Sigue solteru, sigue bebiendo cerveza con generosidad y sigue esbeltu como nadie. Esa gomina que gasta debe tener propiedades medicinales. Sólo le falta la vespa, la suya era blanca, de aquellos tiempos. Lo demás está intacto. De aquella, el Rober era el último en irse a casa. No sabía decir que no, vaya. Y esto, claro, tenía sus consecuencias. Una de ellas era quedarse dormido en el coche de su padre, tras aparcar en el garaje, a altas horas de la madrugada. En casa no le veían por ahí a la hora del desayuno y más de una vez tuvo el amigo Murias que pasar el mal trago de despertarse con la llamada de un puño aporreando la ventana del conductor. Abría los ojos, aturdido por la última cerveza, y se topaba con su padre al otro lado del cristal. Glup.

Otras veces, nuestro hombre hacía un esfuerzo y salía del garaje en tiempo y forma. Subía a casa, iba a saquear la nevera y se llevaba a la cama un bocata recién hecho o algún resto de la comida. Esta costumbre daría un susto de muerte a su hermana, quien llegó a pensar una mañana que le habían apuñalado en el cuello, donde parecía haber un charco de sangre. Abrió la puerta de su habitación al ver que no se levantaba y en la penumbra divisó la tragedia. ¿Qué tienes ahí? R. se desperezó, se tocó el cuello y despegó de su piel una loncha de chorizo. Los restos de la pitanza.

El pasado viernes, en su cena de cumpleaños, había un ambiente tranquilo: dos parejas, él y su hermana. Yo le llamé desde el Nordeste, adonde no acababa de llegar, y me dijo: ‘Ven a casa a tomar algo’. Pues vale. Y añadí, irónico: “Dile a las chicas que se vayan desnudando”. Él transmitió la broma fácil. Sólo que cuando abrí la puerta de su casa al cabo de unos minutos me topé de frente con una prima carnal de mi suegra (sic), unos años más joven que ella. Glup, glup, glup. Evidentemente, no había accedido a mi petición telefónica. Tiré de la anilla de la cerveza del camarada Murias, empezamos a ‘filosofar’ y nos dieron las dos y las tres y las cuatro y las cinco…