Mis vacaciones, un año más, despegarán en el aeropuerto de Santander. Por más que lo intento, no consigo sacar un billete ‘asturiano’. Miras la parrilla de vuelos en el periódico y se te caen las ‘ruedas’ al suelo. No sé si será igual que la de hace diez años o peor. De todas formas, me interesa algún destino: veo Málaga y Sevilla y quiero ir a Andalucía. Entonces llega el segundo paso: los precios. Abres, por ejemplo, Iberia y tus ruedas vuelven a quedarse en tierra. Donde pagas 65 euros, ida y vuelta, desde Cantabria; en nuestra hispana compañía son casi 200. Y claro, en hora cuarenta te plantas en la tierra de Preciado. Así que, una vez más, desertas de la tuya y te conviertes en una leyenda urbana vacacional, pues nuestro aeropuerto no nos sirve ni de coña para tomar aire. Caro y escaso; con dos palabras se acaba el autodefinido.
Y todo esto en 2011. El Gobierno del Principado nos dice y redice que apuesta por el turismo. Hace bonitas campañas tituladas ‘Lo dice todo el mundo’. Pero el aeropuerto, además de ubicarse en el lejano Oeste, de ser el más lejano de toda España a sus ciudades principales de referencia, según un estudio publicado por EL COMERCIO; no casa bien con nada ni con nadie. También dice todo el mundo que la autovía del Cantábrico sigue coja en el Oriente y en el Occidente (además de ‘pinchar’ una carretera comarcal a la altura de El Bao). Y dice todo el mundo que la variante ferroviaria de Pajares está parada. Y que el Huerna sigue siendo de pago.
Con esos mimbres y estos políticos salientes (¡bien!), me voy a Santander, una vez más, a coger el avión. No necesitaré ir a Andalucía a reflexionar el voto, pues nunca lo tuve tan claro. Iré, después de las urnas, a solazarme, a beber manzanilla y comer ortiguillas, a escuchar flamenco y leer en pelota en la playa bajo la clásica sombrilla de rayas, a dormir nueve horas al día y dejarme contagiar de la pachorra. Allí recomendaré a los paisas veranear en Asturias, visitar nuestra verde tierra madre. Sólo dudo qué ruta sugerirles: la de la plata o la de la pata. De aviones, amigos, ni hablar.