Hace unos días, al despertar, desplegué la bandeja de lunares comprada en Ikea y coloqué encima el portatil. Mi primera consulta, encamado, con la persiana subida y la ventana abierta, se dirigió al mundo de las finanzas. Abro la web del banco, repaso las casillas y en la sección valores, donde debería figurar el importe de unas pocas acciones, veo: 14.000.000. O sea, 14 millones de euros, 2.300 millones de pesetas. No perdí la calma. Ni me caí de la cama. Cargué los pulmones de aire fresco mañanero, miré al mapamundi que tengo enfrente y empecé a gastar la pasta. Sin dilación.
La primera decisión resulta obvia: llamas al curro y pides la cuenta (primer detalle: le dices a la sposa que haga lo propio). La segunda, un viaje: quizás Canadá, un recorrido por las montañas rocosas, los lagos, los pinares… Ya de vuelta, a reflotar el sector inmobiliario nacional. La casa en Arroes cae fijo; con piedra, madera y un buen porche con mecedora incluida. Luego hay que planificar alguna vivienda alternativa para la invernada astur: Cádiz, Cabo de Gata, Granada… Algo andaluz para llenarte de sol y quitarle las telarañas al invierno. Y también una casa de pueblo a la que tengo echado el ojo en el valle de Riaño, en León, con su terrenito y el sonido del río a una distancia prudencial. Por lo demás, vida plácida, sencillez, rutina, lecturas, cine, trabajos agrícolas, un paseo diario por el Muro, acciones solidarias familiares y un par de viajes al año de espatarre….
Maquino mi nueva vida con los 14 millones de euros (sic) que han aparecido en mi cartera de valores y me digo: Casi que voy a llamar al banco para que me los vayan envolviendo. Marco el teléfono fijo y escucho al otro lado a Julio, el director de la oficina. Oye, Julio, buenos días, soy fulanito. Nada, es que quería cancelar mi cuenta de valores y te llamo para que me vayáis preparando la pasta. Son 14 millones de euros… Oigo una sonrisilla al otro lado del aparato, no sé si nerviosa o jocosa. Verás, es que me levanté esta mañana (aún estoy encamao) y veo que mis acciones se han puesto por las nubes… Julio me coge la broma, entra en la cuenta y certifica que en efecto habla con un multimillonario. Pero abre otra cuenta, de un pariente, y ve que ese pariente también lo es. Y otro y otro… Nada, un error informático; me espeta con serena crueldad. Intercambiamos unas chanzas y cuelgo.
Vuelvo a mirar el mapamundi de la pared. En cosa de dos horas, dejaré de ser millonario; así que debo darme prisa. Un safari, un avistamiento de osos, un vuelo en avioneta sobre Iguazú, una playa en Taití… Hago todos los viajes con la mente al módico precio de cero euros y cuando decido echar el portátil a un lado y levantarme vuelvo a ser un mundano trabajador gijonés que se dispone a salir a comprar el pan. La cuenta de valores ha vuelto a su ser. Y yo, sin millones que gastar, siento, por otro lado, que me he quitado un peso de encima.