Suena ciertamente extraño imaginar a miles de soldados españoles invadiendo la URSS. Sin embargo, ocurrió. Entre 1941 y 1944. Y lo mas gordo del asunto es que algunos aún viven para contarlo. Estar paseando por el Muro, en Gijón, y poder decir mirando al mar “Sí, yo pertenecí a la División Azul” parece algo lindante con la irrealidad, algo que invita a pensar que no hace tanto tiempo de la barbarie nazi, del exterminio judío, de la II Guerra Mundial. Yo puedo contar que tengo un tíoabuelo divisionario, como se les llamaba entonces. Tiene 93 años y sus recuerdos de aquello resultan de lo más inocentes. Entonces, recuerda, tenía 23 y quería viajar. Surgió la oportunidad de alistarse y no lo dudó. Un tren le llevó a Berlín y otro a Riga. Allí conoció a las berlinesas y a las riguesas, unas rubias espectaculares, y no realizó un solo disparo. Desde Riga se adentró en el frente, hubo un fuego cruzado a cañonazo limpio con los rusos, sin cuerpo a cuerpo, pero con bajas incluidas, y dio la vuelta. Eso fue todo. En ocho meses no hizo otra cosa que viajar en tren y conocer mundo, y berlinesas y riguesas. Debió de ponerse las botas. Ni mató un ruso ni lo mataron a él. ¿Y no viste como iban matando a los judíos? En absoluto, replica. Sólo recuerda una ocasión, en la estación de tren de Riga, en la que vio a un grupo de soldados nazis llevando a unos 500 prisioneros judíos descalzos y “con muy mala pinta”. Aquello le impresionó, pero no era entonces consciente de la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Quizás por aquel recuerdo o por los cuarenta años de franquismo posteriores, se convirtió en un fiel votante de izquierdas y en un incondicional lector de ‘El País’. Ahora que se ha venido a vivir a Gijón he logrado que también lea ‘El Comercio’, e incluso que lo alabe. “No sabía que estuviera tan bien”, confiesa.
De su ilesa experiencia en la División Azul he pasado a la no tan inocente de otros miles de españoles que, voluntarios o empujados, fueron a Rusia a secundar la causa antibolchevique y antisemita de Hitler. Lo cuenta Jorge M. Reverte en su libro ‘La División Azul, 1941-1944’, que ha salido a la luz recientemente. Ahí se refieren experiencias dispares de los primeros 18.000 voluntarios; mientras unos remoloneaban en Berlín otros sufrían penurias a 50 grados bajo cero y tenían continuos enfrentamientos con los rusos en zonas intermedias próximas a Leningrado. Su misión inicial era estar en la retaguardia, pero acabaron siendo protagonistas de numerosos episodios bélicos y de otros tan absurdos como enviar un destacamento de 200 hombres al rescate de unos alemanes sitiados y sobrevivir apenas 12 no por haber sido emboscados, sino por morirse literalmente de frío. Abunda Reverte en la actividad de exterminio de los judíos en cada pueblo y en cada ciudad rusa llevada a cabo por los nazis, pero deja meridianamente claro que el contingente español fue ajeno a esa barbarie, si bien en algunos casos llegaron a intuir lo que estaba ocurriendo. Estoy acabando el libro. Tras sus labores de retaguardia, no exentas de lucha, los generales españoles le piden a Hitler más protagonismo y éste accede a que tomen parte en la vanguardia del asedio a Leningrado, que se prolongaría durante 900 días con sus noches.
Cuando lees las matanzas de Stalin de la población rusa, los millones y millones de campesinos a los que llevó caprichosamente a la muerte, justificas mentalmente la invasión de su país. Pero no bajo los preceptos de otro chiflado llamado Adolf Hitler, ni con el apoyo de soldados hispanos con ganas de galones y aventuras. Por fortuna, hoy ni Alemania loa a Hitler, ni Rusia a Stalin ni España a Franco. Sin embargo, curiosamente, Francia honra la memoria de Napoleón, otro chiflado, un poco más lejano, que llevó a la muerte a millones de humanos sólo para satisfacer su ego. Como median dos siglos deben de pensar que sólo queda la memoria de haber intentado conquistar Europa. Craso error.
Que la División Azul existiera hace 70 años no debe dejar indiferente a nadie. Parece la prehistoria, pero hay gente paseando por el Muro que estuvo allí con un rifle, con una granada o con una berlinesa. Luego no podemos considerarnos a salvo absolutamente de nada por mucho confort que tengamos ahora mismo en nuestras vidas. Quien puede afirmar, en 2011, que un buen día invadió Rusia puede dar fe de ello.