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Adrián Ausín

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El Mirlo y las pateras

(Sabores gaditanos 3)

Cuando llega la hora de la cena surge quizás el único debate del día. ¿Dónde? Pero como es la cuarta vez que te adentras en tierras gaditanas, hay ya rincones conocidos. Entonces te das una ducha fría que deja restos de arena en la bañera, disfrutas un poco de la terraza de la habitación y coges el coche. El paisaje entre Zahora y Punta Paloma (a pocos kilómetros de Tarifa) es ondulante, amarillo, limpio. Está cuajado de plantaciones de girasoles, luego irrumpe un parque eólico inmenso, le siguen dehesas pobladas por toros bravos, finalmente, y la desviación hacia Punta Paloma. En Radio Olé, una guitarra flamenca interpreta ‘Billy Jean’, de Mikel Jackson; el híbrido suena francamente bien.

Para llegar al restaurate El Mirlo hay que tener fe. Nadie diría que la carretera abombada por las raíces de los pinos e invadida por las dunas te llevará a alguna parte. De repente unos carteles te advierten que entras en una zona militar y empiezan a llover amenazas: No se detenga, dicen. Pero está todo abandonado y tú tiras millas sin hacer caso. Entonces se acaba la carretera y empieza una pista. Tomas la primera desviación que ves y te metes, sin querer, en una vivienda privada. Das las buenas tardes y media vuelta. A la curva siguiente ya pone ‘aparcamiento’ y estás en El Mirlo, un singular restaurante alzado unos 50 metros sobre el mar, desde el que ves África a 14 kilómetros en línea recta. O sea, el lugar más estrecho del Estrecho, a decir de los autóctonos.

El bar tiene un añadido tipo chiringuito de playa, cubierto de paja y protegido del viento por ventanales. Las mesas de primera línea se cotizan pues cenas viendo las lucecitas tenues de los africanos. Desde esa vista privilegiada parece una buena opción apostar por aceitunas, gazpacho y borriquete, un pescado de roca del Estrecho (“de aquí mismo”, dice el camarero señalando al mar), acompañado de una botella de Barbadillo. La cena resulta un éxito. Pero empiezas a pensar en las pateras y te sientes un poco culpable. Tú poniendote tibio ante la desgracia ajena. Sin embargo, hace años que se cortó el flujo. Desde que instalaron el radar, no pasa nadie. Detecta hasta un neumático. Lo cuenta el camarero, quien tiene fresco en la memoria el desfile de africanos por el mismo sendero que baja de El Mirlo hasta el mar, solo que en sentido inverso. ‘Pasaban por aquí mismo. Prácticamente todos los días. A veces les dábamos ropa, comida…’. Hasta que pusieron el radar y el tránsito cesó por completo en esta ex-zona militar.  Sin pateras en el horizonte mental se puede rematar la faena con un postre y un café. En El Mirlo, con los pies en un continente y la vista en otro, la vida se ve diferente.

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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