Organizamos una merienda de primos en San Miguel de Arroes. Como el tiempo es irregular, nos metemos en el ‘choco’. Allí nos juntamos catorce en torno a una rústica mesa de madera. Tortillas, empanadas, ensaladas, llámpares, salpicón, cecina… Está todo que alimenta. El vino y la sidra corren a buen ritmo. Cuando el ambiente se caldea, en torno a las nueve de la noche, el exterior hace tiempo que ha pasado a un segundo plano. Las ventanas apenas dejan entrever algunos árboles entre brumas. El suelo está mojado, pues hace poco que chispeó. Entonces se produce la aparición. En medio del prao, acotado por un muro de un metro, hay un corzo, un precioso corzo que se mueve, discreto, de un lado a otro. Una vez avistado, todos los ojos se dirigen hacia él, que se percata de la expectación y se va. Cuando salimos afuera, está ya en la pomarada vecina, desde donde acaba por perderse en una masa boscosa.
Desde aquel día, hace una semana, el corzo ha vuelto, aunque yo no he logrado volver a verlo. Ha sido el vecino quien me lo ha contado. Estaba a media mañana en medio de tu prao mientras dos crías le esperaban al otro lado, donde la pomarada de Adolfo. Al parecer, les gustan mucho las manzanas, me cuenta; y entre su pomarda y la mía pues claro, están ahí encantados. Ver un corzo así a apenas ocho kilómetros de Gijón no deja de parecer un privilegio, un momento mágico, algo inusual. Aunque no se trate de un oso, tener tan cerca este animal da mucho subidón. Es como estar metido de lleno en la naturaleza.
Esta semana hice otro descubrimiento: en un rincón del prau asomaron varias setas de cierto tamaño. Le pregunté por teléfono a mi hermano experto en setas y al cabo de un rato recibí su llamada: “Amanita phanterina. Es mortal”. ¡Joder! “Ojo, también puede confundirse con la rubescens y esa sí se puede comer”, matiza. Entonces pienso a los corzos. ¿No se la comerán? “Los bichos saben mucho”, sentencia. De todas formas, le pido que las arranque. No vaya a ser. Porque los bichos saben mucho, pero los humanos se presupone que sabemos más y ya van unos cuantos envenenados por hongos tóxicos. Así que mejor no tentar a la bicha y dejar que el corzo siga paseando, seguro, entre los manzanos.