“Viva el follón, viva el follón, viva el follón; con el arañón,
porque con él, porque con él, porque con él, porque con él
porque con él en Arroes lo pasamos bien.
No queremos mayores que nos manden, que nos quiten nuestra diversión
¡Diversión!
poque queremos estar todos juntos, cantando y bailando con el arañón.
Viva el follón, viva el follón, viva el follón con el arañón
porque con él, porque con él, porque con él, porque con él
porque con él en Arroes lo pasamos bien”.
Estas estrofas las compuso mi sobrino Martín, de diez años, con un título de cabecera: Himno de Arroes. Cuenta en ellas lo bien que se lo pasa la sobrinada en el prao, su gusto por las historias del arañón que habita en el taller, por las acampadas, por los juegos… Estas estrofas te las encuentras de repente en un libro de hofmann, de esos que se encargan por internet tras ingente curro, donde se recopila la historia del prao de San Miguel de Arroes desde 2003 hasta 2011, ocho bonitos años de siegas, de huertas, de obras, de comidas, de cosechas de sidra, de plantaciones y de trajín, mucho trajín, de padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos y amigos.
Anoche recibí el libro de Hofmann, dividido en capítulos (las estaciones del año, los árboles, las fiestas, los bichos…), donde la esposa había recopilado fotografías de toda la familia, de aquí y allá, para construir la historia del prau desde nuestro punto de vista. Pasaba las páginas y la emoción se desbordaba cada poco, la balsa hacía aguas al ver a los abuelos que ya no están; luego llegaban las sonrisas al contemplar las fiestas, los rincones, el prao nevado con muñeco incluido, las vacas de Adolfo, un corzo, el Himno de Arroes (o de Martín)…
Nunca recibí mejor regalo, con mejor música, de la mejor esposa (y el mejor sobrín).