Entré al Codema con el pie izquierdo. Al llegar a 5º de EGB a una clase que ya se conocía de atrás empecé de cero, con diez años, entre desconocidos. Metí la pata en muchas cosas, me puse colorado muchas veces, sufrí la timidez propia de la edad y cuando acabó el curso me había peleado con una docena de compañeros. Tenía que hacerme un sitio entre 40 nenos y lo acabé logrando tras el sarampión de aquel nefasto año. En Inglés era novato; los demás no. Así que me sacó ‘el’ Julio a leer un diálogo del libro, el típico de: Hello, Mr. Smith. How do you do? El caso es que para mí aquello era chino y empecé por leer Hello literalmente, en el más puro español, lo que ocasionó las primeras risas. Luego pasé al Mr., donde yo veía sólo dos letras impronunciables, nada más alejado de una contracción. En vez de decir mister, me esforzaba en escenificar la onomatopeya: mrrr, mrrrr. Como quien arranca una moto. Y claro, las carcajadas llenaron la clase. Abochornado, me senté, abroncado por el profesor, ridiculizado por los compañeros, cagándome en todos los demonios, pensando en liarme a puñetazos con todos y cada uno de los carcajeantes.
En aquel 5º curso, creo, empecé a hacerme un hombre, a aprender a luchar contra los elementos, física y estratégicamente. La clase de Música también era para mí algo totalmente novedoso. Parecía una ‘maría’, pero había que aprender a leer el pentagrama con una flauta en la mano. ¡Tocar la flauta! Yo pensaba que aquello era cosa de artistas. Aquel vago redomado que era por entonces se esforzó lo suyo para asociar cada nota con los dedos y los agujeros de la flauta en cuestión y a base de tenacidad y de amargar las noches a mis hermanos logré aprender una canción: ‘Monte Arriba’. 33 años después, la tengo grabada a fuego en mi mente: ta-ti-to-tí-ta-ti-to-ti-to-tí…. Así la canto cuando camino por la orilla de San Lorenzo e incluso mientras maqueto una página en el periódico: ta-tí-to-tí… Hasta el punto que le he contagiado el ritmillo a quienes se sientan a mi lado. Do-re-mi-fa… Debería cantarla así, pero mi memoria no llega tan lejos. El caso es que para la primera evaluación aprendí a tocar ‘Monte Arriba’, me levanté de mi asiento cuando ‘la’ Pilar dijo mi nombre y apellidos, que sonaban como una condena a muerte y, con el corazón en un puño, toqué. Suficiente. Con el aprobado en la mano, debía aprender otra canción para la segunda evaluación, pero me pilló el toro y no empecé a tiempo los ensayos. Así que la víspera decidí jugármela. Toco otra vez ‘Monte Arriba’ y quizás no se entere. Así fue. Suficiente.
Animado por el éxito y con el hándicap adicional de sacar cuatro cates cada evaluación y tener, por tanto, muchos frentes abiertos, la tercera, la cuarta y la quinta evaluación toqué de nuevo ‘Monte Arriba’. La Pilar no se enteró y sumé cinco suficientes seguidos. Un éxito musical total, aunque no llegara siquiera al bien a base de tocar, que se habría de convertir, con el tiempo, en una de mis sintonías de cabecera. Si quiero relajarme, ‘Monte Arriba’ viene a mi mente como por arte de magia, sin necesidad de flauta ni de evaluaciones. Es más que suficiente.