Los tesoros de Tutankamón ponen estos días los ojos como platos a los visitantes de la Feria de Muestras. Sin embargo, la fascinación por el Antiguo Egipto puede alimentarse de otras muchas maneras. Una muy recomendable es la trilogía de Naguib Mahfuz, premio Nobel de Literatura, sobre la historia de su país. En ‘Akhenatón, el rey hereje’ Mahfuz narra magistralmente al excéntrico rey egipcio que tomó por esposa a Nefertiti. En ‘La batalla de Tebas’ se adentra en el reinado de Sekenenre (cuya momia puede contemplarse en el Museo de El Cairo) y de su hijo Kamose, con una entretenidísima combinación de guerra, estrategia y amoríos. En ‘Rhadopis’, el autor se instala en la época de otro faraón, Mernaré II, que describe desde el prisma de una cortesana ávida de intrigas palaciegas. Con estas tres novelas uno puede viajar al Antiguo Egipto desde este brumoso Gijón, relajarse, excitarse y sucumbir a los encantos de las pirámides, los jeroglíficos, los templos y los sarcófagos.

Ahora bien, si la literatura proyecta al espíritu, nada mejor que el viaje para ver in situ las maravillas de Egipto. Navegar por el Nilo con escalas en Assuan, Kom Ombo, Edfú, Luxor; visitar el templo de Karnak, el valle de los Reyes, el palacio de Hatshepsut, los colosos de Memnón; y saltar luego a El Cairo para contemplar las majestuosas pirámides, rodearlas y meterte en sus tripas, por una claustrofóbica escalera abajo resulta una experiencia inolvidable. Si, en último término, entras al museo de la ciudad y te enfrentas al tesoro de Tutankamón (el real, no el de fibra de vidrio de la Feria) entonces ya no tendrás palabras que articular.

El viaje a Egipto no es un placer, es una necesidad, una obligación que ningún aficionado a recorrer mundo ha de pasar por alto. Y si además combinas el recorrido con la literatura de Mahfud te conviertes directamente en un faraón afro-astur. Ver a la momia de Sekenenre, con unos dientes largos y feos y una buena pedrada en el cráneo (una pedrada de nada menos que 1.600 años antes de Cristo) y luego, ya en el avión, empezar a leer su vida y su muerte en el campo de batalla te anima a rodearte de ibis, de amuletos y de ánforas y a construir un trono de oro en una barca para surcar el Nilo a tus anchas. Tres horas después de despegar de El Cairo cerraba la última página de ‘La batalla de Tebas’ sin haber abierto la boca. Una catalana vieya, a la que había bautizado en el viaje como Ágatha Christie, me llamó la atención por mi silencio. ¿Tan bien está? Tanta curiosidad despertó el libro en la mujer que se lo regalé de recuerdo. Pero al llegar a Gijón, me fastidió quedarme sin él y lo compré de nuevo. Hay que tener literatura egipcia a mano para cuando nos llame el barquero.