Veinticinco guardias civiles peinan los montes de Tineo en busca de Tomás, implicado presuntamente en la muerte violenta de su hermano, el pasado sábado. La estampa no tiene precedentes. O sí: en la postguerra civil española. La persecución hasta el exterminio de los maquis es uno de los capítulos más fascinantes del franquismo no por su apresamiento, sino por la resistencia numantina de quienes se echaron al monte para huir de las tropas franquistas e incluso combatirlas con pequeñas escaramuzas. Los picos de Asturias y León fueron un refugio privilegiado para esta resistencia estéril y heroica. Ahora Tomás se ha echado al monte implicado en un crimen. Los vecinos de La Llaneza, donde vivía, lo tildan de huraño y asocial. Vaticinan incluso que nunca lo encontrarán y declaran además que tienen “mucho miedo”. Si baja del monte, Tomás puede hacerles daño. Ese es su temor.
Uno piensa entonces en los maquis; en aquellos Ramiro, Gildo y Ángel de la novela ‘Luna de Lobos’ del leonés Julio Llamazares, llevada también al cine. Si estos tres combatientes republicanos se refugiaban en antiguas minas, en cuevas o donde pudieran, siempre en altos desde donde pudieran divisar a tiempo los tricornios; Tomás, un tipo diferente pero en una coyuntura similar, ha de hacer por fuerza algo parecido: buscar una cueva, protegerse de la noche, de la lluvia, de las fieras y, sobre todo, de la Guardia Civil. ¿Qué comerá? ¿Dónde dormirá? ¿Caminará de día o de noche? ¿Se lavará en el río? ¿Cuánto tardarán en dar con él? Y si no lo hallaran nunca, ¿cuál sería la conclusión?: Huyó al extranjero, murió al caer a una sima, vive en los riscos y asusta a los niños… La situación es totalmente cinematográfica, atípica. Con la que está cayendo, curiosamente, ya nadie se echa al monte. Ni por haber cometido un crimen, ni por tener un crédito sin pagar, ni tampoco por estar hasta los mismísimos de la vida que lleva. Estamos tan domesticados, tan hechos a la urbe, que dios nos libre de quedarnos sin el móvil, internet, el coche y la bodrioserie de turno en la tele. A nadie le seduce ya echarse al monte pese a que no haya entre los árboles ningún cobrador del frac ni radares de entrada a la ciudad. Quizás el mayor problema de la naturaleza sea que el hombre tema encontrarse a sí mismo y salir huyendo, hacia ninguna parte, como alma que lleva el diablo.