Aunque los puristas aguardan a octubre, para que la otoñada reine a sus anchas y las temperaturas estén frescas, hoy me dispongo a hacer el primer llagar de sidra dulce de 2011. El prau está lleno de manzanas dispersas por el suelo y los topos se están dando unos homenajes cojonudos. Si dice el refrán que una manzana al día te mantiene lejos del doctor (suena mejor en inglés, an apple a day keep the doctor away), estos topos de mis entrañas (o de las del prau) tendrán vida eterna. Aparte de poner freno a su festival gastronómico e iniciar el mío, la fotografía del ambiente es ya otoñal: hay un montón de hojas caídas, le yedra empezó a enrojecer y ayer, por ejemplo, con ese orbayu fino y esos nubarrones parecía el día perfecto para hacer sidra dulce. Así que, traicionando a octubre, empecé por el principio: la higiene.
Desmonté el llagar y lo limpié. Enchufé la trituradora de mananza e hice correr el agua por donde hoy irá la fruta. Fregué el barreño donde caerá el líquido color miel y lo dejé con el agua en reposo. Metí también en el agua embudos y coladores. Y me fui a por las manzanas. Sólo del primer árbol llené un carretillo. Al final, en un par de horas, quedó todo el instrumental limpio y bien pasado por agua. Dejé dos carretillos y dos calderos llenos de manzanas. Quizá hoy tenga que recoger un poco más. Y sólo falta ponerse manos a la obra. En cuanto acabe estas líneas, iré para allá y llenaré el llagar, pequeño gran llagar, con 45 kilos de manzanas. De ellos saldrán unos 33 litros de zumo, que llenaré en botellas de plástico. Todo ello te lleva unas dos horas. Luego sólo falta el reparto. Como el camión de la leche: 7 para una casa (sí Martín, para la tuya), 5 para otra (sí Teresa..), 3 para otra (etc, etc). Yo me quedo con cinco o seis, suficientes para agarrar el primer pedo de sidra dulce del año en versión light. Recién salida, me sabe demasiado a zumo. A mí me gusta que pasen unos días para que empiece a picar un poco. Desayunarla acompañada de pan con tomate y tomarla entre horas. Andas por casa y de repente te encuentras sin saber por qué delante de la nevera. Te sirves un vaso y ¡salud!