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Adrián Ausín

Campo y playu

Greystoke en Arroes

En plenas fechas de berrea, con unas pequeñas vacaciones en el bolsillo, decido recluirme cinco días en el terruño de Arroes, hacerme dueño y señor de los árboles, rugir por la noche, comer manzanas por el día y dejarme crecer el pelo y las uñas. La muyer, claro está, recibe la idea con espanto, pero suelta carrete hasta que caiga del guindo. Así que el lunes tiro pa Arroes con lo puesto, una minimochila con dos camisetas más y un par de vituallas. Llego por la tarde, siego e inicio la terapia rural: cuelgo la tumbona de un árbol y leo, plácido, mientras me balanceo. Un agradable resolillo colma mis expectativas. Esa primera noche me recluyo en el llamémosle choco con un sandwich y una película tipo Conan, leo otro poco y a dormir. La mañana del martes empieza bien. A las 8.30 miro por las ventanas, algo empañadas por la pelona nocturna, y ¿qué veo en medio del prau? Pues dos corzos caminando sigilosos hacia mí: uno se queda a diez metros, otro se aproxima aún más. Cojo la cámara y los inmortalizo, aunque el vaho entorpece la imagen. Los corzos caminan un poco más, dan media vuelta y se van. Vuelvo a la cama y me duermo de nuevo. Despierto y dudo si los corzos eran reales, pero ahí está la cámara para demostrarlo.

El martes socializo más de lo previsto para ser un tarzán de los monos recluido en su selva. Se presenta a comer mi hermano pequeño y preparo un arroz con calabacín y pimientos, ambos de la huerta. Le tiro un par de huevos encima y le salpico chumi-churri; sale rico y la ensalada de lechuga, también de la huerta, completa el menú silvestre. De postre, pera conferencia (en rama). Finalizado el almuerzo, Greystoke vuelve a sus árboles, a sus siegas, a su hamaca. Y de noche llega la esposa, que tiene festivo el miércoles. Así que hacemos una cena rica con sus provisiones y vemos ‘Españoles por el Mundo’, con una interesante Noruega y una insulsa Jamaica. Para un gijonés con síndrome solar, resulta fundamental tener un cielo con trozos azules siquiera. El lunes y el martes hubo suerte. Pero el miércoles sale rana. Gris platino, por no decir ñegro. Así que decido romper la reclusión pero sin salir del condado de Villaviciosa. Una paella en Tazones y unos paseos por Rodiles dan aire a la jornada. Vuelvo a quedar solo y me espanzurro en el banco para ver el Valencia/Barça. Luego leo hasta las dos de la madrugada y me acuesto en medio de la naturaleza entre sonidos de grillos, perros y pajarracos. Antes de dormir abro la ventana y les replico con un desgarrador grito arroano para que sepan quién manda en esta tundra.

El jueves, cuarto día de asilvestramiento a tiempo parcial, amanezco con un cielo netamente negro, tirando a tonos carbón. Abro las ventanas y vuelvo a la cama para acabar un fascinante libro de aventuras. Luego salgo al prao a recoger avellanas. Las nubes se ensañan conmigo y comienza a llover. Yo, ni caso, sigo cogiendo avellanas. Sin embargo, mi mente empieza a conspirar: “Hay que salir de aquí cagando hostias”. Llamo a un amigo y lo pillo en Cabueñes esperando a que su mujer acabe unas gestiones hospitalarias. “Si no estoy cuando salga me cuelga”, advierte. Pero le convenzo para que venga a buscarme, me deposite en el hogar gijonés y vuelva al aparcamiento así como quien no quiere la cosa. Lo hace. Greystoke abre la puerta de casa esperando una jauría de primates haciéndole burla por sus heroicos cuatro días de aislamiento. La vida en el campo, piensa, requiere siquiera unas rodajas de cielo azul, unos trocinos de nada que den aliento al espíritu. Pero esa negritud tenía que estar fuera de la ley. Deseoso de horizonte, deja las cosas, se ducha, respira la limpieza del hogar y tira raudo pal Muro de San Lorenzo para pasear por la orilla de la playa, donde no llueve, ni la atmósfera está tan cargada. Corre una fresca brisa mientras las olas remojan los pies. No hay ni Blas. Tan solo una pandilla de monos que bajan del reloj de la Escalerona y se suben a grandes saltos a mis hombros y mi cabeza riéndose de la precaria capacidad de aguante del Greystoke gijonés.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


septiembre 2011
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