Hoy, 4 de octubre, culmino el ritual. Nueve baños seguidos en San Lorenzo para proteger cuerpo y alma de los males del invierno. En teoría, el ritual debe escenificarse en septiembre; pero espero una bula jovellana en este primer año; a fin de cuentas, cinco días en el noveno mes y cuatro en el décimo han de tener más fuerza que hacerlo a la vuelta de agosto. Sin embargo, uno mira la playa todos estos días y, la verdad, tiene muy poco mérito la gesta; más bien ninguno, pues hay 22 ó 23 grados, no corre el viento y la mar está templada. ¿Quién da más? Pisar San Lorenzo todas las mañanas, pillar la bajamar, dar un paseo cual jubileta por la orilla, bañarte junto a San Pedro, ducharte en cuclillas y pasear de nuevo es algo que no tiene precio. Y si miras el calendario sabe aún mejor. Jamás hace estos días en agosto, si luce el sol luce el viento. Ahora en cambio reina un templadillo en el ambiente que tal parece Costa Ballena, el Palmar o Bolonia; o sea, Cái.
Buena prueba de la bonanza es el semblante. Miras a los tostados gijoneses que se lanzan a la playa cada mañana y sólo ves sonrisas, tertulias, chanzas: buen humor. Ahí está muchas veces Jerónimo Granda paseándose con otro habitual, un vejete simpático con las piernas arqueadas y las cejas pobladísimas. Yo barrunté que sería su padre; mi mujer negó la mayor y acabamos apodándolo ‘El espía ruso’, por sus gafas de culo de botella. Ahí está el playu chulangas con su pelo blanco ceñido, la cadena de oro y el turbo. Un poco más atrás, le sigue Salat, quien mutiló San Bernardo al cerrar su joya de ultramarinos. Ahora, feliz jubilado, camina por la orilla de la playa como un auténtico cowboy (le falta el sombrero vaquero). Mingotes busca inspiración en la arena. La elegante señora del sombrero de paja aporta un toque glamuroso entre tanta chicha. Y mi amigo Pablo, la tertulia personal de cada mañana. Entre todos ando yo, humilde aprendiz de playu, amante de la Escalerona y de las aguas de San Lorenzo, entregado este año 2011 al viejo ritual de la novena de septiembre. Un fácil reto cuyo premio se recibe ya, in situ, en este plácido mar que tenemos en la otoñada. A Gijón, con este tiempo, no hay quien le tosa.