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Adrián Ausín

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El valle de los animales (VI)

Llevo una semana semiinconsciente. Tengo fiebre y me he recluido en una cueva de apenas tres metros de fondo y la mitad de altura. Encontré en ella hierba seca, llevada allí quizás por un habitante anterior de cuatro patas. Así llegué yo también a ella tras divisar la oquedad desde el camino. Trepé un poco y me cobijé, sudoroso. Pasé tres días quieto, en posición fetal. Comí lo poco que quedaba en mi mochila y dormí muchas, muchísimas horas. Vi de repente al pastor que me invitó a desayunar atrapado en la gran tela de araña del desfiladero. Estaba suspendido en al aire, bastante más abajo que el rinoceronte. Yo lo miraba y no daba crédito. ¿Por qué él? Entonces iniciaba un debate interior sobre si debía intentar salvarlo. Quizás ya estuviera muerto y mi único logro fuera sumarme al festín de la araña. Concluí que debía intentarlo. La tela era frágil en sus últimos tramos, se doblaba mucho y corría el peligro de romperse. Así que inicié el ascenso trepando por la pared de roca lateral. Con la vara de avellano que llevaba logré hacer palanca e ir impulsándome apoyado en la pared vecina. Así me alcé unos cinco metros; luego, con dificultad, otros cinco. Desde ahí pude tocar con el palo al pastor, envuelto en un ovillo. Al darle por la espalda, se movió levemente, pero no emitió sonido alguno. Entonces me pegué un susto de muerte. Se hizo la sombra, una gran pata peluda descendió arriba hasta el ovillo, lo sobrepasó y me pasó rozando la ropa. Me quedé inmóvil.

La pata volvió a subir y bajó de nuevo, esta vez ensartando al pastor y elevándolo hasta el cielo del desfiladero, donde esta su captora. Aterrado, me dejé caer, soltando la vara. Mi cuerpo fue girando sin control, frenado a cada poco por la tela de araña, que permitió una caída final soportable. Quedé sin respiración, al dar con el pecho contra el suelo. Temí que regresara la pata, me incorporé y salí corriendo del desfiladero. Sin embargo, en la boca de salida, iluminado por un sol irreal, me aguardaba otra sorpresa: un león rugía, hambriento, mientras miraba hacia mí. Se relamía incluso. Al tercer rugido, más fuerte y cercano que el primero y el segundo; resolví la ecuación: seguí corriendo hacia él, cada vez más decidido, más rápido, más embravecido, extendí los brazos y me impulsé al aire. El león, desconcertado, apenas acertó a girar hacia mí una de sus garras, pero su mirada recorrió mi cuerpo mientras lo sobrepasaba ganando altura. Respiré profundo y volé en dirección a la cueva.

Enroscado en el suelo, dudaba ahora poder repetir una gesta similar en caso de enfrentarme a otro depredador. Las fuerzas se habían ido. De todas formas, resultaba agradable la sensación de reposo infinito, de inmovilidad. Recordaba aquella cama en el pueblo fantasma donde no logré hablar con nadie y, pese al tacto maravilloso de sus sábanas, no lo echaba de menos. Aquí, en esta roca, me sentía como un águila en observación.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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