(Quince días en Nueva Inglaterra-USA) (2)
Hay días largos cuando viajas. A las dos jornadas en Cape Cod les siguió una tercera en Rhode Island, donde hay una espectacular ruta costera peatonal en la que se van alineando mansiones. Dicen que una de ellas es de G. Bush padre, pero no llegué a saber cuál. Faltaba el monigote de su hijo. Algunas, como The Breakers, son visitables, con una escalinata central tipo la escena final de ‘Lo que el viento se llevó’ y curiosas historias de la familia Vanderbilt, que se enriqueció a manos llenas a finales del siglo XIX con el negocio ferroviario. Siguiendo la línea costera hacia el Sur hay otra parada interesante en la desembocadura del río Connecticut, que llega tras la del Mystic, ambas hermosas e inmensas, como toda la naturaleza en Estados Unidos. En Old Lime vivía una solterona, Florence Griswold, hija de un capitán de barco, aficionada a tocar el piano y el arpa. Un buen día alquiló una habitación a un pintor impresionista que quería pasar una temporada pintando a la vera del río. Éste llevó a otros y la casa acabó llena de los mejores pintores de la época, que montaron allí su cuartel general. Florence les daba cama y vaso de agua; ellos se buscaban la vida. Hoy es una casa museo, con las habitaciones intactas, con sus caballetes, cuadros, instrumentos musicales, vajillas, etc. La visita es muy relajante y el paisaje, junto al río Connecticut, también. Una exposición fotográfica en un edificio anexo muestra la Norteamérica profunda, rostros campesinos de antaño sin desperdicio que ofrecen un singular contraste.
Siguiendo la línea costera, al otro lado de la desembocadura del Connecticut, Essex es un pueblo tranquilo asentado sobre el río, con una larga calle central y un hotel restaurante sorprendente: Griswold Inn. Una bonita casa blanca abre las puertas a un gran camarote de barco recubierto de madera oscura que te transporta a sabe dios donde. Crema de almejas, fish and chips y café tranquilizan el estómago. El baño, de postre, ofrece un ingenioso aditamento. Frente a cada aliviadero un marco de madera con cubierta de cristal muestra una página del periódico del día a la altura de los ojos, lo que permite aprovechar el momento. Si vuelves, pues nada, te cambias al de al lado y sigues leyendo. Muy ocurrentes estos yanquis de Essex.
La última parada de la costa de Connecticut la brinda su capital, New Haven, donde asienta sus reales la Universidad de Yale, fundada en 1701 y con doce facultades en la actualidad. Un paseo entre sus añejos edificios te trae a la mente a Harry Potter. En la oscuridad de las ocho de la tarde, hay un trajín continuo de estudiantes, el futuro de la nación, se supone, junto a los de Hardvard, aunque de momento sólo tengan pinta de eso; de estudiantes. Uno, de origen asiático, come compulsivamente comida basura en un banco. Otros llegan en bici al recinto. Dos chicas, negra una blanca otra, salen riendo de la biblioteca. Yo recuerdo el cutrerío de la Universidad de Lejona, en el País Vasco, y me ruborizo. Sólo hay dos horas hasta Nueva York. Así que mejor irse a dormir para hacer una visita relámpago al día siguiente y pasear por la Quinta Avenida sin darte un pijo de importancia.