(Quince días en Nueva Inglaterra-USA) (5)
White Mountain National Forest. Así se llama en el estado de New Hampsire lo que aquí conocemos por parque nacional. Lo corona el monte Washington, el más alto de toda Nueva Inglaterra con apenas 2.000 metros, y tiene señalizadas un montón de rutas. Sus pueblos están llenos de viajeros en verano, en el tránsito de los árboles a la caída de la hoja (un espectáculo de colores que fascina a los americanos) y en la temporada de esquí. Al llegar con los árboles casi pelados pero sin nieve suficiente para esquiar, reina la calma e incluso algunos hoteles están cerrados. El plan es hacer cuatro días de monte, dormir cuatro noches en el mismo sitio y descansar. Lo primero por tanto es buscar un buen garito. Franconia queda en el exterior del parque, North Woodstock parece ser el centro de la vidilla, pero el único hotel con buena pinta se sube a la parra. A un kilómetro, en Lincoln, hay varios.
El Confort Inn & Suites tiene buen aspecto: edificio nuevo, cuatro plantas, separado de la carretera, entre árboles y con vistas a las montañas. Está casi vacío y parece interesante pedir habitación en el último piso para coger mejores vistas. Pero hete aquí que la chica, con cara de muñeca diabólica, te da en el tercero y mirando para atrás, donde sólo ves un contenedor y cuatro árboles. Bajas a pedir cubículo in the other side. Y replica algo ininteligible al oído hispano. Entonces irrumpe un trabajador del hotel, cubano y te hace subir con él a la cuarta planta a ver qué quieres, absurdo viaje, pero le sigues. Quiero una habitación mirando a las montañas, resumes. Al cabo de unos minutos vuelve a decirte que bajes, que la muñeca diabólica tiene una propuesta que hacer. Al final, resulta que de repente sí hay habitación, vale 20 dólares más porque es una suite, pero ella rebaja 10. Acepto. El cubano se mete en el ascensor para rentabilizar la mediación y yo le corto en seco por sus trafullas. Ahora bien, la pelea tiene su premio: la suite está de coxones. ¡Y se ven las montañas!
En la oficina de información entregan un mapa de la Kancamagus Road, una preciosa carretera que atraviesa de Oeste a Este las White Mountains. El informador, simpático, rechoncho y metido en años, señala con rotulador su favorita y otra más para abrir boca, pues son ya las dos de la tarde y anochece a las cinco. La Kancamagus resulta ser espectacular, con amplias vistas a ambos lados. La otoñada reina en el ambiente. El viento arroja aún algunas hojas amarillentas frente al campo visual del coche, donde suena y resuena ‘Im your man’ de Leonard Cohen. Es un momento mágico que sólo quiebra la muñeca diabólica del hotel, con sus descomunales papos. La imagino irrumpiendo al final de la recta, como las gemelas de ‘El Resplandor’ en aquellos pasillos de alfombra roja. Mira que son majos los yanquilones en el trato, pero esta neñona no me gustó. La esposa dice que exagero, pero yo erre que erre. El Lincoln Wood resulta ser un paseo rectilíneo que circula paralelo a un río de gruesas piedras al modo de las películas de indios y vaqueros. Relajante, pero acaso demasiado simétrico. Al regreso, un panel dará la explicación. Es el trazado de una antigua línea de tren. La ruta, sin apariciones al fondo de cada recta, relaja los ánimos y el hotel más. De noche, Lincoln está desierto. Y como está bien hacer el gocho de vez en cuando, un pack de McDonalds hace las veces de cena en el hotel.
En los tres días siguientes haremos tres preciosas rutas en las White Mountains: una subida entre abetos hasta asomarte a unas grandes rocas frente a frente con el monte Washington, una ascensión a un lago inmaculado, el Lonesome, circunvalado ya por el hielo, y una ascensión paralela a un río, a veces por el mismo río, con muchos pequeños saltos de agua. En los días tres y cuatro el hielo hace su aparición en las rutas, lo que te obliga a ir agarrándote a las ramas. Unos playeros de decatlon de 13 euros en su cuarta temporada no parecen, la verdad, lo más adecuado, frente a grupos de excursionistas equipados como si fueran esquiadores, con crampones incluidos. Mi indumentaria hace contraste con tanto armamento. Playeros, pantalón corto y chupa por arriba. Ir de esta guisa me provoca oleadas de comentarios: “You are so brave waring shorts!”. “You are a realy man”. “You awake in Florida and came here!”. Así todo el rato. Yo río y a la primera mujer le digo: “Its hot” (error, me aclara la esposa, pues eso es decir que estás a la moda, no que la temperatura es templada, its warm). El pantalón corto va conmigo al monte manque nieve y el chiquillo bien que da juego.
Si los días son montañeros, con cielo azul y frío; tres noches seguidas s0n para el Woodstock Inn, hotel, restaurante, pub, sala de juegos y centro neurálgico de Woodstock North. Buenas ensaladas, mi adorada crema de almejas, buena carne, cerveza fabricada por los dueños (una negra muy ligera) y un ambientazo total. Durante las cenas en horario yanqui, entre las seis y la nueve, pillamos dos actuaciones en directo que lanzan a la gente a la pista de baile, a la vista desde los comedores. Para estos ceremoniales pongo el pantalón largo, todo un detalle personal con la parroquia de New Hampsire. En cambio, al desayuno, bajo con el corto y camiseta, pues aunque fuera haya hielo en la luna del coche, dentro del Confort Inn la temperatura es más que veraniega. Pero la gente baja ya a desayunar como si estuviera en el Polo. Y claro el contraste resulta extraño. Una camarera la toma conmigo, cada mañana me llama algo parecido a machoman. Así que cuando partimos de las White Mountains llenos de oxígeno y de vida, mi ego asienta sus reales en la cima del monte Washington.