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Adrián Ausín

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Camino de Boston

(Quince días en Nueva Inglaterra-USA) 6

Entre las White Mountains y Boston quedaban dos días de colchón. Consultada la guía, parecía una buena opción un viaje tranquilo con paradas rumbo a varios pueblos costeros próximos a la gran city. El lago Winnipesaukee, el mayor de Nueva Inglaterra, impresiona al irrumpir a un lado de la carretera. Es como un pequeño mar, rodeado de grupos de casas de madera y embarcaderos. Estamos en noviembre. Muchos barcos están forrados con un plástico azul para protegerse de las inminentes nevadas. Un yanqui atraca junto a un pantalán una gran motora, monta en un pick up descomunal y se va. Todo es grande: la motora, el pick-up y el propio yanqui. Reina la calma en el Winnipesaukee. De estar atestado en verano, con gente tomando el sol, lanchas, piraguas y bañistas, pasa ahora a una bonita dormidera, antes de que la nieve invada sus orillas.

Con el Winnipesaukee en el retrovisor, la siguiente escala es un tanto más mundana: un out-let, esas pequeñas ciudades de carretera donde tienes ropa de marca a precios alejadísimos de la UE. A veces, la mitad. A veces, un tercio. Ralph Lauren, Tommy, Calvin Klein… Hace dos años arrasé hasta tal punto que debí comprar un maletón nuevo. Esta vez el chollo no es tan grande y se impone la moderación. Tres pantalones y tres camisas. Como suele ocurrir, cuando te quieres dar cuenta es la hora de comer y te pilla montando en el coche a cierta distancia del destino. Newburyport tiene una ubicación privilegiada, en la desembocadura de un gran río, el Merrimarck, junto al mar. El paseo marítimo es muy relajante. Al fondo se divisa una casa acristalada con grandes vistas. ¿Será un restaurante? Lo es. El chiringo se llama Black Cow (la vaca negra). Una rica ensalada, fish and chips, postre y café te dejan como nuevo. Toca ver Newburyport. El toque british impregna sus calles, con edificios de ladrillo rojo de dos o tres plantas, comercios originales, con escaparates muy trabajados y pubs estilo anglosajón. Los primeros colonos ingleses desembarcaron por estos pagos en el siglo XVII y dejaron su huella en toda la franja costera entre Nueva York y Canadá; de ahí lo de New England.

Toca buscar el hotel, reservado por internet días atrás para dos noches. Es de la cadena Days Inn y está a las afueras de Salem, la ciudad de las brujas. La pregunta a un policía en una gasolinera para dar con el sitio tiene por respuesta una bofetada en la cara: ‘No vayáis allí. Está lleno de ‘homeless’. Es un lugar horrible’. ¿Y eso? El policía explica que en Estados Unidos cuando un sin techo cambia de estado tiene derecho a habitación y el Gobierno los instala en moteles no sé cuántos días. Insiste en que no vayamos y, en caso de ir, nos recomienda vaciar el coche y no dejar nada de valor en la habitación. Vamos. El hotel está ya pagado y quizá no sea para tanto. Son dos bloques alargados, de planta baja y primero. La recepción está en medio. El coche queda aparcado al lado, bien iluminado, a la vista de la habitación, que está en el primer piso justo enfrente. La moqueta es cutre, lo demás bastante normal. De todas formas, las imágenes de internet eran falsas: todo relucía. Hay poca gente, pero hay gente humilde. Una obesa negra con dos churumbeles camino de hacer la colada no se sabe dónde. Tres tipos en torno a una cama, con la luz encendida y los visillos abiertos. Mala pinta. Otro malencarado en chándal fumando junto a su puerta. En fin. Un letrero advierte que no se hacen cargo de robos para dar ánimo. Al final, dormimos y no pasa nada. A las siete de la mañana, al abrir las cortinas, un coche escolar se está llevando a los hijos de los sin techo alojados en el Days Inn. Huimos a la costa.

Rockport mira al mar coqueto. Tiene mucho encanto. Al pasar junto al cementerio, hay una brigada de gamberretes limpiando las malas hierbas. Hacen trabajos sociales por alguna picia. Gloucester también es bonito. Un paseo marítimo prolonga el pueblo hasta un gran parque. A la ida hay un vagabundo en un banco claramente borracho. Me dice algo al pasar pero, obviusly, no le entiendo. A la vuelta, dos policías le están pidiendo la documentación, huelen el contenido de su botella y le preguntan por su domicilio. Es una zona de juego de niños y esto en USA son palabras mayores. Al finalizar el día, tras visitar un gran supermercado y comprobar el predomio de la comida basura en sus estanterías, toca volver al Days Inn. Pero el coche parece no querer ir. Perdidos en las cuadrículas tan simétricas del mapa de carreteras de la zona, procede volver a preguntar en una gasolinera. La respuesta era de esperar: ‘No vayáis allí. Es horrible’. Vamos. La segunda noche, al igual que la primera, transcurre sin incidentes. Ningún contratiempo mayor que pasar de la suite de las White Mountains a un habitáculo raído rodeado de un vecindario bajo sospecha. Quién dijo miedo. Amanece el 9 de noviembre. Vuelve a pasar el autobús escolar por el hotel. Los sin techo, probinos, no han gurgutado. Cargamos los bártulos y ponemos rumbo a Boston.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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