Llega el Festival de Cine de Gijón y se llenan las salas. Echas el ojo a una película, vas a la taquilla y no quedan entradas. Pasa el festival, vuelve la rutina y Yelmo y Centro malviven literalmente vacíos. ¿Nos gusta el cine en Gijón? No sé. Tengo dudas. Aseguraría más bien que no. Ir a ver la última obra de David Cronenberg, un director de culto, y no llegar a veinte personas en la sala da que pensar. Ver cómo a la semana siguiente se ha caído ya de la cartelera te deja perplejo. ‘Un método peligroso’ ha durado exactamente siete días en los Yelmo, pese a ser cine de alta calidad con grandes actores. Surgirá entonces el argumento de que el cine es caro. Falso. Ir el lunes o ir de lunes a jueves con la tarjeta de los Yelmo te cuesta seis euros. Ir al Festival de Cine cuesta la mitad, sólo que para ver una buena película tienes que tragar tres malas; luego cuesta el doble.
La única conclusión posible es que lo de acudir al Festival de Cine queda muy fashion, mientras que ir a los Yelmo o a los Centro es una actividad más bien privada, que haces exclusivamente por gusto personal. Resulta extraño el comportamiento humano. Cine a espuertas durante diez días y nada el resto del año. El único problema es hacer una buena elección. Entre junio y octubre es casi imposible. Pero ahora, en esta época del año, hay opciones entre la abundante morralla yanqui y las interminables entregas hispanas de la guerra civil. Las últimas de las que puedo dar fe, Polanski y Cronenberg. Sin embargo, los de la gafa de pasta del Festival de Cine parecen desintegrarse el resto del año. ¿Dónde estáis? Tengo la impresión de que son unos actores cojonudos una semana al año.