Cuando en la fase final de un vibrante partido entra un jugador al campo y toca el violín como los ángeles no se puede perder. No se debe. Rivera saltó ayer al césped de El Molinón allá por el minuto 77. Quedaba poco, pero en un cuarto de hora hilvanó a todo el equipo, cortó, regateó, amagó y pasó. Lo hizo todo perfecto, con clase, al más fino estilo Xavi Hernández. Le tocó sufrir el amargo gol del empate del Málaga al límite del tiempo reglamentario, pero siguió carburando al Sporting al milímetro y dio un pase perfecto a Trejo en el minuto 92. El argentino se la pasó del pecho al pie y lanzó un precioso disparo que desató el delirio en el campo: 2-1. Y final.
Al principio iba yo camino del estadio con la cabeza gacha. Hoy nos caen tres, pensaba. El Málaga tiene un bloque supercompacto, mientras el Sporting anda a trancas y barrancas. Preciado fue valiente con la alineación, sobre todo con la presencia de Gálvez, que cumplió sobradamente, además de marcar un importantísimo gol en su estreno; aunque erró una vez más con la presencia de Eguren. El chico lo intenta, pero balón que roba balón que entrega al contrario. Ver a Eguren delante de la defensa y a Rivera chupando banquillo resulta algo difícil de digerir. Sin embargo, la cosa funcionó. Cases se convirtió en Rivera, con una fluidez maravillosa, mientras De las Cuevas aportaba como siempre las gotas de calidad. Por las botas de ambos pasaba el juego combinativo del Sporting, en tanto que a Barral sólo le faltaba el casco vikingo en su guerra de desgaste con la defensa azul. Parece que en lugar de jugar al fútbol rueda cada domingo un capítulo de las Termópilas.
Pese al éxito del resultado, parece mucho más razonable poner a André Castro delante de la defensa con la motosierra encendida; mientras Rivera y Cases completan el trivote. Ahora toca Villarreal, un equipo hundido que despidió a un buen entrenador, Garrido, para poner a otro que transmite una infinita tristeza, Molina. Vayamos con la rabia metida en el cuerpo y salgamos de una vez de ese feo pozo del descenso. Además de disfrutar de las sensaciones de pisar El Molinón, los comentarios de la parroquia, el olor a puro en la distancia, el césped verde esperanza y los arreones a la petaca, anoche también pude ver un buen partido de fútbol. ¡SPOOOORTING!