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Adrián Ausín

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Cazar un ratón

Cuando en el terruño empiezas a tener visitas no gratas has de tomar medidas. No hablo del género humano. Hablo del género roedor. En el prao, hay montones de pequeños montones de tierra. Son la huella de los topos, que por un lado oxigenan la tierra y por otro se pegan unas tripadas de manzanas espectaculares entre julio y noviembre. A veces vas a coger una y sólo existe de ella la cáscara. Se la comen desde el agujero para prevenir el ataque de las aves y, detallosos ellos, te dejan la corteza intacta. Ellos llegaron antes que yo, así que acepto gustoso el peaje. También hay agujeros minúsculos sin montón de tierra al lado; esos son de los ratones de campo, pequeños, quizá simpáticos, supongo que también comedores de manzanas y de lo que se tercie. La cuestión es que este segundo grupo no se contenta con el prao y gusta de visitar las zonas humanas. Así fue que un día estaba en el taller y de repente vi uno en la pared, sobre el panel de herramientas. Al percatarse de mi presencia, echó una carreterita y si te he visto no me acuerdo. Con ciertos remordimientos, puse veneno. Y al tercer día me encontré un ratón muerto junto a la puerta. Se agarra por la cola (con guantes eso sí) y se le da un digno funeral: lanzamiento aerostático al prao de al lado, que permanece en formato selva.

Después de esta experiencia perdí el contacto con los roedores. Pero llegó la Nochevieja. Entonces tuve la fea sorpresa de descubrir en el cuarto de la nevera/botellas/comida enlatada un montón de pequeñas cagarrutas de ratón. Decidí que tenía que ver la cara de ese o esos grandes cagadores para tomar conciencia de a quién me enfrentaba. Compré en la Cooperativa una jaula alargada especial para la causa y le metí un cacho de queso al fondo que até con un cordel para que colgase un poco. Al día siguiente la trampilla seguía levantada y tanto el queso como el cordel habían desaparecido. Primera conclusión: tenía visita diaria. Segunda: mi técnica había fallado. Como no tenía queso a mano, utilicé unas patatas fritas de esas mexicanas que huelen fuerte, las até al cordel y las dejé bien colgando, para que el bicho tuviera que tirar de ello. Entonces se suelta una pequeña palanca y se cierra la compuerta, dejándolo dentro. Al día siguiente, la compuerta estaba cerrada y dentro había un ratón de campo. Era pequeño, pero dentro de esa talla, bueno, no estaba mal. Lo curioso es que se había comido el cordel, pero no las patatas. El bichillo daba vueltas para acá y para allá. Y yo, amante de la naturaleza, tuve una crisis: si lo suelto un poco más allá hago una putada a alguien e incluso puede volver hasta aquí. Concluí que tenía que darle matarile.

Si manejo radiales y motosierras como Lobezno, no me puede temblar el pulso para acabar con un ratón de campo. Así que lo hice, rápido, sin pensar, para quitar el tema del medio. Le di luego el mismo entierro que al envenenado. Un poco indigno, pero al fin y al cabo, un entierro. Después puse de nuevo la trampa, con más patatas para saber si tengo un visitante o varios; o si viven dentro, lo cual sería peor. Debo aclarar que también reparé la puerta de madera, pues cerraba un poco mal y tenía una rendija por donde podían entrar las visitas. Eso fue el jueves. El sábado volví. De nuevo, compuerta cerrada y ratón cazado, sólo que éste estaba muerto. ¿Infarto? ¿Suicidio? ¿Ataque de pena? Mi segunda víctima no se había comido las patatas, luego no murió de hambre, pero sí  de nuevo el cordel, que estoy pensando ya en ofrecer a Mercadona o Alimerka. Volví a poner la trampilla con las patatas y aún no he regresado. Me roe la mente saber si habré cazado el tercero…

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


enero 2012
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