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Adrián Ausín

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Cráneo y Playu hablan fino

Hay muchas formas de diversión. Allá por los años 80, en Bilbao y en Getxo, practiqué una con Cráneo que nos dio mucho juego. La hora más interesante era ese momento intermedio entre la cita de fin de semana y el inicio de la ingesta de alcoholes varios, digamos que una hora tonta en la que bien está hacer algo distinto a beber, para no empezar a cargarse demasiado pronto. Cráneo y yo nos situábamos en una plaza pública, un parque o una calle e iniciábamos una persecución de nuestro objetivo. Elegíamos por ejemplo un venerable matrimonio de paseo, nos pegábamos distraídamente y nos adaptábamos al ritmo de su paso. Entonces comenzábamos a hablar a un volumen audible.

“La entelequia reciclada del guarismo inapetente nos conduce a unos parámetros equidistantes a la par que curiosos”, me arrancaba yo. “Permita que haga un matiz a su acertado comentario, amigo Adrián. No puedo más que estar de acuerdo con usted. Empero quisiera plantearle una objeción”. “Ardo de deseos de escucharla, don Oscar. Exprésese, por favor”. “Quisiera hacerle ver, amigo Adrián, que su planteamiento se produce en un marco social subyacente que podría subvertir el orden de los factores expuestos”. “Qué razón tiene, amigo Oscar, no puedo más que tributarle mi reconocimiento por su disertación, siempre atinada, en esta sociedad carente de valores en la que nos ha tocado vivir”. Normalmente, llegados a este punto de la conversación, el matrimonio, con más o menos disimulo, giraba la vista atrás para identificar a los extraños sujetos que llevaban detrás, que apenas tenían 20 años. Miraban, volvían la vista al frente y apretaban el paso. Nuestro objetivo se había cumplido. Habíamos ganado un punto. Y nos íbamos a por más.

Junto a la estación de tren de Las Arenas, podíamos fijarnos entonces en tres mujeres de unos 70 años que caminaban en animada charla. “Don Oscar, esta vida que nos ha tocado vivir carece por completo de sentido. Diría más: nos trata con crueldad y nos arroja, día tras día, a los océanos más profundos de la incomprensión”. “Don Adrián, no se me lamente, por favor, levante el ánimo y enderece el gesto”. “Pero don Oscar, la realidad nos abofetea con saña, nos zarandea y nos maltrata”. “Cierto es, don Adrian, que la vida está trufada de amarguras, pero centrémonos en sus parabienes, en sus elixires y construyamos, unidos, un mundo mejor”. “Oh, don Oscar, me abrumáis con vuestras reflexiones, así como con vuestro pródigo verbo: qué calambures y pleonasmos lo adornan, que bellos oxímorons, qué prosopopeyas y aliteraciones, cuan gráciles sinécdoques”. Llegados a este punto, en ocasiones, no podíamos contener la risa y la mirada de las tres dignas mujeres coincidía en el tiempo con nuestra carcajada. La obra teatral había culminado por ese día. Entonces adoptábamos nuestro lenguaje más mundano, recuperábamos el tuteo y pedíamos la primera cerveza de la noche.

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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