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Adrián Ausín

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Mi experiencia con las garrapatas

Año 1988. Valle de Orduña (Vizcaya), tierra natal de mi abuelo Marino. Cráneo y servidor llegan en coche a esta bonita tierra para subir el Pico del Fraile. Aparcamos y tiramos millas monte arriba. La ascensión es bastante vertical, pero coronamos sin problemas al cabo de hora y pico. Desde la cima se divisa una amplia panorámica. Es un día de sol radiante. Tras recrearnos un poco y comer un bocata, iniciamos la bajada. En un momento dado, nos topamos con una pradera muy inclinada e incómoda para caminar, así que sin dudar nos sentamos con los pies hacia adelante y nos deslizamos como si fuéramos en trineo. En ese divertido momento, por supuesto sin saberlo, una legión de garrapatas está tomando al asalto nuestro cuerpo.

Al levantarnos, la alarma comienza cuando le veo dos o tres bichillos a Cráneo en su cabeza pelada. Los aplasto rápidamente y queda un rastro de sangre. Entonces nos miramos las piernas. Están llenas. Empezamos a matarlas como locos, pues si el bicho se mete en la piel la cosa se complica. Yo mato garrapatas como un loco. Cráneo mata garrapatas como un loco. Pero claro bajamos de culo y hay zonas de nuestro cuerpo que no vemos. Entonces firmamos un rápido convenio de colaboración: yo le miro el culo y la espalda para quitarle las suyas; y él hace lo propio. Cuando llega esta etapa, en medio de un gran ataque de risa, imaginamos que aparecen unos caminantes, algo muy probable, y presencian la siguiente imagen: un joven de 21 años de pie, en pelota y otro detrás mirándole el culo con atención o incluso maniobrando con las manos en sus glúteos. Quedaríamos mirándolos con cara de inocencia y les diríamos: “Ya saben, las garrapatas”. Pero ellos se irían convencidos de acabar de sorprender a un par de mariconazos presa de un calentón. Sin duda. Vamos, como el chiste del que pillan con los pantalones bajados detrás de la vaca. Con la risa floja perpetua por la situación, tras aniquilar cada uno a 20 o 30 bichillos, llegamos al coche y ponemos rumbo a Bilbao. Ambos tenemos la certeza de que en nuestro cuerpo sigue habiendo garrapatas, así que la incomodidad es absoluta.

 Al llegar a casa de Cráneo consultamos una ficha de una colección de seres vivos. La de la garrapata tiene un subtítulo de lo más estimulante: “Su picadura provoca meningitis mortal”. Explica el texto que si esa garrapata ha estado en un animal enfermo y se ha desprendido para procrear, cuando pase a tu cuerpo te transmitirá la enfermedad de su primer inquilino. Maravilloso. Nos despedimos. Cráneo se meterá en una bañera llena de agua con lejía y, según me contará al día siguiente, aflorarán un buen número de cadáveres a la superficie. Yo voy más por el libro. Voy al médico. No tiene ni idea de garrapatas. Consulta un libro y al final me receta un champú y un gel. Rápidamente me daré una ducha a conciencia con el mejunje y otra al día siguiente antes de ir a la Facultad de Periodismo. Sigo nerviosillo por la eficacia del resultado. ¿Habrá servido?

Entonces ocurrirá algo fatal. En la última clase de la mañana, estoy tomando apuntes en primera fila, justo delante del profesor, cuando noto algo que se desprende del pelo y un sonido seco, minúsculo, sobre el folio en el que estoy escribiendo. Tengo una garrapata ante mí, en medio de la hoja, mucho más gorda que las que matamos la víspera, como una pequeña araña. Por instinto, por vergüenza, le doy un manotazo y sale despedida a no sé dónde. Miro hacia el suelo rápidamente por si puedo pisarla pero no la veo por ninguna parte. Miro hacia los lados y nadie se ha dado cuenta del episodio. La garrapata campa a sus anchas por la clase, e incluso debe de estar buscando otra víctima. Pero claro, yo no me atrevo a levantarme y gritar: “Cuidado, ¡una garrapata suelta!”. Así que azorro muerto de vergüenza. Me pongo tan colorado que una tía me pregunta si me pasa algo. Yo le contesto que tengo calor. Pero la garrapata anda suelta por la clase, entre aprendices de periodista e imagino que en cualquier momento puede sonar un chillido femenino que dé la voz de alarma. También me acalora pensar que el profesor, muy próximo a mí, hubiera visto el desprendimiento del bicho y me hubiera dicho en voz alta para escarnio público: “Ausín, se te ha caído una garrapata”. El ácaro será a la postre el último en abandonar mi barco tras chuparme la sangre a placer. No habrá más desprendimientos tras mil y una duchas con el gel y el champú que compré. Pero en los siguientes días tomaré apuntes en clase con la mirada fija en el folio, con cara de asesino a sueldo, pendiente de las garrapatas.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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