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Adrián Ausín

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El tejo de Bermiego

Conocí el tejo de Bermiego el 30 de diciembre de 2008. Una buena parte de la familia nos habíamos instalado en Llanuces (Quirós) para pasar la nochevieja todos juntos. Así que esa mañana hicimos una excursión hasta el árbol más antiguo de Asturias, al que se atribuyen entre 550 y 800 años. Ahí es nada. Antes de que Colón descubriera América, el texu estaba ya ahí. Bajo su copa el paisanaje celebró sus conceyos, organizó sextaferias, resolvió juicios populares e incluso formalizó, solemne, sus peticiones de mano. Tal era el poder simbólico del tejo, plantado siempre junto a la iglesia, que cuando llegó la emigración, raro era el viajero que antes de partir no se abrazara al árbol. Era la forma más sencilla de despedirse de su tierra, de tocar con sus manos a toda una comunidad. Cuando marchamos de Bermiego insuflados de la belleza y la energía positiva del texu, yo empecé a cantar unos ripios en el coche dedicados ‘al tejo de Bermiego’ y los sobrinos hicieron los coros. Cantamos y cantamos hasta llegar a Llanuces, donde pasamos una nochevieja inolvidable.

El jueves y el viernes de la semana pasada, acudí a las Jornadas del Tejo, organizadas por el Jardín Botánico de Gijón. En la mañana del primer día me tragué cinco conferencias, todas interesantes, todas pronunciadas con pasión por los expertos congregados en la finca de la Isla. Hablaban del texu con veneración y preocupación, ilustraron cómo la peligrosa mano del hombre puede tirar abajo ejemplares centenarios en muy poco tiempo y enumeraron sus características, sus propiedades, sus leyendas. Sobre los peligros, el mayor es el asfalto, pues en muchos pueblos, en muchas iglesias han extendido la carretera hasta la propia corteza del texo y esto puede secarlo a una velocidad de vértigo, además de sufrir el paso de camiones que van podando sus ramas de la forma más innoble. También pusieron el acento, donde por fortuna no hay asfalto alrededor del ejemplar, en el daño que causan las excursiones continuas pisando el suelo un día tras otro. Esto compacta la tierra hasta asfixiar la raíz, además de impedir la filtración del agua. O sea que,tal como advirtieron, un tejo o un árbol monumental cualquiera, pueden morir de éxito.

También se habló de su toxicidad. El tejo es tóxico al completo, salvo el fruto de la hembra, que comen los pájaros sin problemas sin llegar a la semilla. Ramas, corteza y semilla son tóxicos hasta el punto de matar a un hombre con un simple fervinche, o a un caballo con un poco más. Los celtas ya lo usaron para untar sus flechas y la industria farmacéutica, ahora, para elaborar principios activos en su contrapunto medicinal. Según explicaron, hay uno muy bueno contra el cáncer de mama. En Asturias, informaron, tenemos 200 tejos de conceyu, como se llaman a los plantados junto a una iglesia, miles en los montes y una tejeda, la del Sueve, que es la mayor de Europa. Sin embargo, no tenemos el texu más longevo. Lo tienen en Escocia, donde dicen que puede llegar a los 5.000 años. Si fueran 2.000, corrigió el conservador del Botánico, ya estaría bien.

A las clases magistrales les siguió el viernes una excursión a los tejos de Cenero (Gijón) y La Collá (Siero). En Cenero, rodeando al texu, los asistentes fuimos escuchando a unos y otros. Ignacio Abella, naturalista y escritor, reveló cómo estábamos en la quincena del año en que el tejo poliniza. En sus pequeñas semillas, aún no convertidas en fruto, pudimos ver una minúscula gota de agua dispuesta a atrapar el polen lanzado al viento por un macho. El cura, don Albino, contó cómo todavía hace un par de meses, vecinos de dieciséis parroquias se congregaron en torno al texo para organizar su lucha contra un vertedero. Se juntaron casi 400, dijo. También narró cómo hace años solucionó el problema de acné de una adolescente con un arriesgado consejo: aplicarse un ‘mejunje de texu’ en la cara. “Quedó sanísima”.

En Siero, en San Pedro la Collá, los miembros de la Tertulia Cultural El Garrapiellu realizaron una singular propuesta: restaurar la iglesia pero dejándola como ruina, sin tejado, ni puertas ni ventanas; y organizar en ella misas cantadas acompañadas de gaita y tambor; y recuperar los conceyos en torno al texo tras restringir en lo posible el tráfico que pasa bajo su ramaje. En esos cónclaves de asturianía se proclamarían también ‘les sampedraes’, esos ripios ingeniosos cantados históricamente por San Pedro a sombra del texo. Uno de ellos, recitado allí por Ángel Nava, anima a los casados a mexiar el texu para que nun seque. Y otro, que canto yo ahora, insta a los astures a rendir culto a su árbol milenario.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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