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Adrián Ausín

Campo y playu

Más sidra por favor

Quedamos para cenar cuatro históricos. Casi 30 años en común nos contemplan. Ahora pasan las semanas, a veces meses, sin que nos veamos; pero siempre hacemos por volver a toparnos. Vamos a Begoñita, una garantía de bueno/bonito/barato. Y las risas fluyen con facilidad. Uno está de baja, tras una delicada operación de la que se recupera bien. Otro está en el paro, sin que ya le quede paro. El tercero manifiesta unas buenas constantes vitales, aunque revela que hace tiempo que no puede hacer deporte. El tendón rotuliano pende de un hilo. En mi caso, es tendinitis rotuliana, lo que merma las idas a la nieve y por supuesto el fútbol o el tenis, además de tener algunos pájaros en la cabeza. O sea, que presentamos goteras físicas, económicas y seguro que también algunas mentales. Pero como nos vemos de pascuas a ramos nos reímos de nuestros males y hacemos prevalecer nuestros bienes en el umbral de los 45 años.

Intento pedir más sidra a la camarera, de natural rumana, con un gesto a distancia. Llevo mi mano a la boca con el pulgar extendido. Pero ella no pilla mi dedo en su ángulo visual, lo que le lleva a interpretar mi escenificación como algo obsceno. Ríe y se acerca. Pido entonces sidra verbalmente. Pero se va riendo más. Entonces todos nos damos cuenta de lo que ha creído ver. Y reímos todos. Mi intención no era pícara, pero me ha salido el tiro por la culata. Ocurrió el pasado sábado. Antes de dejar el bar, recordamos dos chistes antológicos, los únicos dos chistes que ha contado Gusi en su vida, aquel histórico camarero del Café Caracol. Avanzaré sólo que uno trata sobre el Titanic y un bote con un vendedor de patatas; y el otro sobre un pajillero al que le está fastidiando el momento una mosca cojonera (otro día los cuento). Tales fueron las carcajadas, pese a saberlos de memoria, que concluimos que mejor saber dos buenos chistes para toda la vida que probar con un tercero.

La siguiente escala es el Kitch. El Varsovia ha vuelto por sus fueros en versión pureta, incluidos tucanes. Está lleno dentro y fuera; así que nos vamos al rincón de Luisón. Desde esa esquina divisas el edificio del Varsovia, el más bonito de Gijón, y respiras el mar, aunque no lo veas por falta de luz. Como de los cuatro congregados tres estamos totalmente desentrenaos con la noche (solo hay uno que sigue erre que erre) la cosa se queda en una cerveza a cuatro bandas y una segunda que me tomo yo con el que está entrenado. De todas formas, antes de las tres estamos en casa. Entre sidra y birra, hemos recordado ‘nuestros tiempos’ y nos hemos reído los unos de los otros, vieja y sana costumbre. Antes de despedirnos me nombran ‘pedidor oficial de sidra’, dado el erotismo de mi pulgar oculto, y yo les nombro a ellos lífido barrigudo, semental engominado o mamporrero de la unidad caballar del Ejército venido a menos. Nos vemos poco, pero nos queremos. Digo yo.

 

 

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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