En pleno inicio de la campaña electoral, con Asturias rota por el voto, el Sporting luchando en versión apocalíptica por salir del descenso, Preciado reclamando dinero por la vía militar, la peña yendo al médico por motivos dispares (incluido pasar la tarde) y las listas del paro hirviendo como garbanzos, llegan Les Luthiers. Hasta la fecha he tenido tres encontronazos con ellos. En Granada, ‘Antología’ en 1994. En Gijón, ‘Bromato de armonio’ y ‘Todo por que rías’, a caballo entre finales de los 90 e inicios del 2000. Y, pese a los precios, no dudo en tener el cuarto: ‘Lutherapia’.
Es el estreno, en el Calatrava, en Uvieu. Se abre el telón. Aparecen un psicoanalista y su paciente. El primero me recuerda a Constantino Romero por su impresionante voz. El segundo, a Juan Neira, por su cara. Sin embargo, sus rimbombantes nombres son de otra galaxia: Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, el alma bicéfala de Les Luthiers. El doctor invita al paciente, llamado Ramírez, a tumbarse, dejándole bien claro que su vieja amistad no le librará de que le meta un sablazo. Éste se acomoda, más bien se incomoda en el diván y comienza a relatarle sus problemas, en el eje de los cuales enseguida aparece Johan Sebastian Mastropiero. Ramírez debe escribir una tesis acerca de la influencia de la semiología estructuralista musicológica en las obras de Mastropiero y esto le ha creado tal esguince cerebral que el hombre no levanta cabeza. Con la charla entre ambos como hilo conductor de ‘Lutherapia’ se van intercalando las diez obras que integran la función. ‘El cruzado, el arcángel y la harpía’ es la primera, la mejor. El inicio es tan brillante que las nueve piezas siguientes no pueden sino marcar una leve cuesta abajo, entre el diez inicial y el siete final pues, a mi parecer, las dos últimas (aria agraria y el día del final) fueron las más flojas. El conjunto, sin embargo, es una vez más magistral por parte de estos cinco cultivados argentinos que llevan haciendo reír a medio mundo desde 1966, ahí es nada. Rondan ya los 70 años y, por si cualquier día cuelgan las botas, es un delito perdérselos. Sólo cabe el argumento económico. Pero a veces lo caro es barato y viceversa.
Viendo a Les Luthiers se evoca a los inolvidables e irrepetibles Tip y Coll. Sólo que éstos acompañan unos divertidos e inverosímiles instrumentos a sus composiciones, además de cantar con una armonía envidiable. Humor inteligente, fino, ocurrente, absurdo, musical, en rima, en prosa y en verso, con un toque argentino (sin caer en el abuso) y un trasfondo de realidad (las relaciones humanas, el medio ambiente, la religión…) que conecta con todo el mundo. Tal es la condensación de ingenio que el único problema de su función es la ineludible necesidad de concentrarse al máximo para sacar todo el jugo de cada frase. Es tal la cantidad de néctar concentrado que apetece pedirles nada más cerrar el telón que lo vuelvan a abrir para repetir lo mismo otra vez.
Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Carlos López Puccio, Carlos Núñez y Jorge Maronna; gracias. En medio de tanta mediocridad sos una bocanada de aire fresco, una sobredosis de talento al alcance de unos pocos elegidos. ¿El Premio Príncipe de las Artes? Quien dijo miedo. Nunca hacer reír tuvo tanto mérito como ahora.