Estaba apoyado en la pared del Escocia, con mi cerveza en la mano, cuando la reconocí nada más entrar. Era Marilyn Monroe. En Gijón. Un martes por la noche de un inocente mes de junio. Y había entrado sola. Dudé si seguirla hasta la barra, pensando que estaría ya rodeada de moscones. Pero el caso es que salió a respirar la noche gijonesa, con esas vistas en la penumbra hacia los barcos del Muelle. ¿Qué tal Norma? ¿Qué te trae por aquí? La llamé por su nombre real para apuntarme un tanto y la cosa funcionó. Me lo contó todo. Estaba instalada en Somió en la casa del dueño de una agencia descendiente de gijoneses y se proponían pasar una semana en Asturias fotografiando a Marilyn en exteriores de ensueño: los Lagos, las playas, el prerrománico, el casco antiguo de Avilés…. Estaba rodeada de viejos y aquella primera noche quiso tomar el aire. Tras media hora de conversación le propuse jugar al futbolín y aceptó encantada. Yo me puse las botas, no de marcar goles, sino de fijarme en su cuerpo vibrando cada vez que giraba su muñeca. Le invité a tomar otra copa, pero tenía que irse a dormir porque la iban a hacer madrugar mucho; así que la llevé en Vespa hasta la casa, una mansión de tomo y lomo. Ella reía y reía. Era ingenua, divertida y muy tonta.
Al día siguiente volví a posicionarme en el Escocia. Pero no apareció. La prensa no se había enterado aún de su presencia en Gijón. La imaginé cansada tras una jornada maratoniana. Así que marché para casa cabizbajo. Pero el jueves cuando paseaba por El Rinconín descubrí unos focos y unas sábanas intercalados entre palmeras. Era ella. Le estaban haciendo fotos en bikini y no dudé en acercarme. De repente nuestras miradas se cruzaron y me lanzó una sonrisa divertida. Al acabar la sesión, me acerqué y hablamos. Me pidió que la llevara a algún sitio. Yo había quedado con mis amigos en El Pilu, así que allá nos fuimos en moto. Ella riendo, gritando, diciendo tonterías todo el tiempo. Yo, cavilando. Hola tíos, os presento a Norma. Ellos siguieron el rollo, le dijeron que vaya cómo se parecía a Marilyn Monroe y pasamos una tarde muy divertida. La moñamos con sidra y la dejamos hecha un giñapo en aquel palacete siniestro donde dormía.
En mi tercer encuentro con Marilyn la cosa se puso seria. La llevé a ver los jardines del Evaristo Valle, que estaban cerca de la casa del americano de la agencia. Le encantaron. Allí me abrió su corazoncito. Me insinuó que era una desgraciada, que no encontraba al hombre de su vida, que no podía vivir sin sus píldoras, que en Estados Unidos empezaban a no dejarla en paz. Yo escuchaba todo aquello aterrorizado. Me estoy metiendo en un lío, pensaba. Quería llevar una vida de película, pero aquello excedía con creces las previsiones. Tenía clarísimo que estaría abocado a un final trágico. Fue entonces cuando ella se me tiró encima. Rodamos por el suelo. En ese momento llegaron dos matones y se la llevaron. Le había prometido llevarla al Tik aquella noche. Pero la cosa pintaba mal. Estuve un par de horas delante de la puerta con mis amigos, montando guardia. Pero no apareció.
Al día siguiente las cosas se precipitaron. EL COMERCIO sacaba en primera página su fotografía, con un titular a toda página: ‘Marilyn Monroe en Gijón’. En otra noticia vinculada decía que, tras un tsunami en el Caribe, se había elegido la playa de San Lorenzo para rematar el rodaje de una película con Marlon Brando de protagonista: ‘Rebelión a bordo’. Joder con Gijón. Esta noche, igual tomo una Mahou con Marlon, pensé. Esa noche, en El Escocia aparecieron juntos Marlon Brando y Marilyn Monroe. Entraron rematadamente borrachos, salieron rematadamente borrachos y ni ella ni él se dignaron a mirar para mí. Entonces salí al Muro a rumiar mi derrota. En medio de la playa estaba atracado el ‘Bounty’, para el rodaje de la película y en la arena había una ingente cantidad de indígenas. Me apoyé en la barandilla y observé aquel singular espectáculo. Había varias fogatas encendidas, cánticos, sonido de tambores y algunos bailes.
Bajé a la arena y me acerqué. Entonces vi a una nativa espectacular, deslumbrante, que bailaba agitando todo su cuerpo alrededor del fuego. Era la protagonista de la película, la misma que iba a cautivar a Marlon y luego iba a llorar su muerte en aquella misma playa, según rezaba en el guión. Los nativos la contemplaban bailar alrededor del fuego. Sólo brillaban ella y la iglesia de San Pedro al fondo. Había luna llena. El ambiente parecía embrujado. Así que no lo dudé, salté sobre el fuego, lo atravesé por el aire y me giré al caer. Se escuchó el débil grito de una mujer asustada por mi alarde. Pero cuando me vieron frente a frente con la bailarina, retándola a seguir el ritmo de sus caderas decidieron palmear todos a coro, el sonido de los tambores se disparó y lo inundó todo. Yo rodeé a Tarita, pues ese era su nombre, ya descalzo, para entregarme a una interminable orgía de baile alrededor de su cuerpo que se prolongó hasta las seis de la mañana.
Sin cruzar una sola palabra, tres horas después de aquel salto vital, caímos juntos a la arena antes de que el cuerpo estallase. Escuchamos el sonido de nuestros corazones palpitantes, reímos y cuando hubimos descansado apenas unos minutos nos lanzamos a remojarnos en San Lorenzo. El ‘Bounty’ fue testigo mudo de nuestro baño. Una semana después zarparía de Gijón con las orejas gachas (el barco; no ella) tras un desenlace de película. EL COMERCIO había publicado dos noticias de alcance mundial. La primera, la boda relámpago de Marlon Brando con Marilyn en la Iglesiona tras un romance embriagador por las calles de Cimadevilla. Ambos se habían casado con un pedo absoluto. Según contaban, salieron de la iglesia dando tumbos y no se había sabido más de ellos. La segunda fue la suspensión del rodaje de ‘Rebelión a bordo’ tras la espantada del protagonista por un lado y de la chica, por otro. Tarita había desaparecido del mapa, dejando avisado a su tribu que no la buscaran. Se había instalado en Viesques con un joven periodista que logró bailar como los ángeles por una vez en su vida. Aquella inspiración y una buena chopa a la abuela en Casa Justo habían decidido a la bella actriz a cambiar de vida. Nuestra boda se celebró en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento. Combinamos la gaita con los ritmos tahitianos. Y nueve años después seguimos comiendo perdices, oricios y cachopos.
(pd.-relato inspirado por ‘Mi semana con Marilyn’, película menor, vista en dvd, que debía haberse rodado en Gijón para darle un poco de glamour)