Gijón, meca del cine | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

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Adrián Ausín

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Gijón, meca del cine

Volvimos a Gijón muchos años después. Le pedimos al taxista que nos dejara en el Tostadero. Bajamos emocionados, nos aproximamos a la barandilla y la asimos con fuerza. Nuestras manos reflejaban el paso del tiempo. En aquella playa de San Lorenzo habíamos bailado como locos casi medio siglo atrás. Luego habíamos nadado alrededor del ‘Bounty’ y al día siguiente nos casamos en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento. Ahora, teníamos ante nosotros una réplica de aquel navío anclada en la bahía gijonesa como reclamo turístico. Unos botes se acercaban cada poco cargados de viajeros. Desde el paseo, veíamos sus pequeños cuerpos recorriendo la cubierta al tiempo que relucían algunos flashes. Atardecía. Caminamos despacio hasta la Lloca, dimos dos vueltas en torno a la escultura de Muriedas, como era nuestra costumbre, y nos fuimos al hotel. Cómo había cambiado la ciudad. Desde el rodaje de ‘Rebelión a bordo’, suspendido primero por la espantada de Marlon Brando y Tarita, cogida ahora de mi brazo, y reanudado después de sendas lunas de miel; la de Marlon con Marilyn en Tazones; y la nuestra, perdidos por Caldones, Llantones y el Monte Deva; Gijón se había convertido en la meca europea del cine. Había acogido numerosos rodajes y alojado a numerosas estrellas, algunas de las cuales habían fijado su residencia en la city. En la calle San Bernardo, de hecho, lucían estrellas en las aceras como en Sunset Boulevard.

A la mañana siguiente alquilamos una embarcación para hacer un tour. Nos aproximó primero hasta El Musel. La ladera que se empinaba hacia la Campa Torres era ahora una réplica del Monte Rushmore, de Dakota del Sur. Sólo que en vez de Washington, Jefferson, Lincoln y Roosevelt; se podían ver esculpidos en piedra a Marilyn Monroe, Marlon Brando, Tatita y Tini Areces. Se homenajeaba a los tres primeros por la fama dada a la ciudad. Y quien había tenido la monumental idea se añadió a sí mismo como quien no quiere la cosa. Sin embargo, un comando asturchale había atentado varias veces contra su figura, según contó el patrón del barco, hasta hacerla irreconocible. O sea, que la visión era la de las tres estrellas del cine y un cuarto rostro que parecía picado de viruelas. Yo contemplé la imagen pétrea de Tarita; luego la miré a ella, ya sexagenaria, y la vi igual de bella que siempre. Nos besamos con ternura.

Tras doce años en la Polinesia llevando una vida indígena en una cabaña, a diez pasos de un mar cristalino, habíamos decidido regresar. Queríamos ver de nuevo Gijón y ver de nuevo a la familia. Achacosos, pero vivos a fin de cuentas, nos habíamos citado los diez hermanos que sumábamos ambos (tres ella y siete yo) en un lujoso hotel diseñado en La Providencia por Norman Foster. Una gran cristalera ofrecía unas espectaculares vistas de la bahía, bañada ahora de neones y con un ruido de fondo que triplicaba al que recordábamos. El reencuentro fue emotivo. Recordamos aquellas dos ligas ganadas con Clemente contra viento y marea tras salvarnos in extremis. También nos comprometimos a volver a reunirnos el verano siguiente en Tahití. Bebimos sidra hasta reventar y, con el Escocia ya en ruinas, bajamos a tomar un carajillo al Dindurra, que ahora abría por las noches. Allí nos topamos con Abbas Kiarostami. El director iraní, consagrado con su inolvidable película ‘El sabor de las cerezas’, buscaba ahora  exteriores en Gijón para su nueva obra: ‘Pomarada’. En otra mesa nos aguardaban Cráneo y Seseña. Él gastaba, en su vejez, sombrero de paja con pluma de ave y usaba amplias camisas de seda blancas como la nieve. Ella fumaba en boquilla. Ambos se habían consagrado con las nuevas entregas de ‘Torrente’, en concreto los capítulos XV, XVI y XII, además de intervenir en una película de vampiros rodada por Tarantino en Jove, y recibían continuas ofertas de Hollywood. Sin embargo, las rechazaban todas. Sólo salían de Bilbao para comprar nuevos sombreros en provincias limítrofes. Y su viaje hasta Gijón era toda una deferencia con Tarita y conmigo.

Las hierbas medicinales tahitianas, todo un arte en las manos expertas de Tarita, habían permitido prolongar la vida de nuestros padres hasta rondar pletóricos los cien años. Los suyos habían comprado una parcela en la senda del Cervigón. Allí habían instalado un híbrido de chozas de paja, módulos de cristal y piscinas descubiertas. Todo un oasis de paz adonde habían invitado a los míos. Practicaban yoga, fumaban hierba y cultivaban todo tipo de plantas y hortalizas. Allí nos fuimos a rematar la fiesta. Nos esperaban con una orquesta de cumbias y una fiesta de la piña colada, evocando los tiempos del Tik. Ante nosotros, las luces nocturnas de Gijón resultaban deslumbrantes. Cráneo se quitó un momento el sombrero, lo agitó frente a su rostro y reflexionó sobre el tiempo pasado, antes de lanzar una risotada. Tras jugar un futbolín con los broders, agarré a Tarita por la cintura, nos acercamos al paseo y con la vista puesta en los brillos del oleaje le pregunté: ¿Nos quedamos?

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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