Por una vez, sin que sirva de precedente, estoy viendo un ‘reality’. Es el programa de Jesús Calleja en el que se lleva a diez tíos, aficionados a la escalada, hasta las faldas del Everest. Lo que más interesa del serial son los paisajes, la vista de todos esos valles previos a la gran escalada final, las paradas en los poblados, la ascensión progresiva y, también, algunas de las pruebas a las que van sometiendo a los participantes para ir adiestrándolos y establecer criterios para su eliminación. Sólo dos subirán hasta el último campamento, a 7.300 metros. El domingo los dejé acomodados a 5.500 aproximadamente y asistí, incrédulo, al desmoronamiento del señor Lomana, ese tiarrón que dinamizaba el grupo y lo ponía a hacer planchas y todo tipo de ejercicios desde primera hora de la mañana. De repente tenía mal de altura, de repente tenía bronquitis, de repente se echó a llorar… En el monte, a diferencia de cuando se va por lo segao, muchas veces el tamaño es un inconveniente.
El despliegue de Desafío Everest es absoluto. Calleja se ha llevado incluso a un médico que les va realizando análisis a los participantes y todo el instrumental del mundo. Resulta interesante el programa, aunque caiga en los formatos ‘reality’ cuando enfoca uno a uno por separado y les pincha para que critiquen a los demás. Este domingo echaron a uno que iba bastante de guay y, al parecer, es de Gijón. Resultaban increíbles sus rajadas contra los demás. Es lo que no me gusta de este asunto: combinar montaña y critiqueo. Parece una profanación. Invadir con nuestras peores costumbres un lugar donde precisamente el hombre se puede poner en paz consigo mismo y con los demás. (Aunque luego haya espectáculos como el de Juanito Oiarzábal y la coreana…).
El Everest es el pico más alto del mundo con sus 8.844 metros. Un servidor tiene por su mayor hazaña montañera haber coronado el Misti, en Arequipa, Perú, con sus 5.822. Aún puedo decir que estuve más arriba que los de la expedición de Calleja. No debí hacer escalada en ningún momento, aunque sí tuve permanentes taquicardias en el último tramo que te hacían dudar de cuánto era el aguante máximo de tu patata. Dabas cinco pasos y se ponía a bombear cosa fina. Mi concepto del monte tiene por límite todo aquello que se haga caminando. Nunca usé cuerdas, ni piolets ni crampones. Así que veo el programa del Everest con sana envidia. Y mucha curiosidad. Calleja se nos ha ido un poco hacia el formato ‘reality’, pero no deja de ser un tipo ameno, siempre con su cecina de León a mano. Le pierden un poco esos enfoques a cara completa que llegaron a su culmen en el Kilimanjaro. Tras un largo programa narrando la ascensión, tuvo los santos cojones de coronarla con un primer plano suyo explicando la sensación de haber llegado a la cima del monte más alto de África, sin ofrecer un solo plano de sus vistas. Esperemos que esta vez sí nos enseñe el Everest.