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Adrián Ausín

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Anthony Jeffers

Anthony Jeffers fue mi primer contacto con la Gran Bretaña. Llegó al piso de estudiantes de Algorta al ver un anuncio en la Universidad de Lejona: Se alquila habitación. Habíamos tenido una baja, por lo que pusimos rápido algún que otro cartel para darle relevo. Llamó a la puerta de casa sin saber apenas una palabra de español, con sus 198 alargados centímetros, delgaducho y con unas patillas totalmente british. Su propósito era aprender castellano mientras enseñaba inglés en una academia. Aceptamos en el piso a Antony animados por su componente exótico de Manchester, la posibilidad de practicar un poco de inglés y sin tener muy en cuenta que también tenía pinta de ser bastante guarro. Sus primeras experiencias con el español fueron memorables. Nos las contaba al llegar a casa por la noche. ‘Hoy ir bar y pedir café. Camarero darme ¡cerveza! Yo mirar cerveza y decir: ¡oh, es bueno!’. Todos los días había alguna confusión, pero él las aceptaba gustoso. Pedía ‘un buey’ y le daban un curasán. Cosas por el estilo. Yo le hablaba mucho de Luis Enrique, que en su primera y última temporada con el Sporting iba a marcar 15 goles, antes de fichar por el Real Madrid con 20 añitos. Cuando él buscaba en su escueto vocabulario la palabra idónea para algo y no la encontraba decía: ‘Oh, Luis Enrique’. El sportinguista era el comodín que daba respuesta a todo. Otras veces replicaba: ‘Es depende’, en traducción literal de Its depends. Me lo pasaba muy bien con Anthony, aunque nuestras conversaciones se reducían casi solo a las cenas. Un buen día, al llegar al piso le vi calentando una gran pota de agua, la cogió y se fue con ella al baño. ¿Qué haces, Anthony?, le pregunté. Él respondió muy serio: `Voy a mas-tu-ba-me’. Ah… Bueno, que te vaya muy bien. Ok. Él cerró la puerta del baño mientras yo trataba de interpretar la finalidad del agua. Sin embargo, al momento, estalló en una gran carcajada. Se había dado cuenta de lo dicho, cuando en realidad iba a lavarse la cabeza, pues la cebolla de la ducha le quedaba a la altura del cuello. Algún cruce de cables.

Poco después de aquello, Anthony tuvo un nuevo incidente en el baño. Se quedó encerrado estando solo en el piso. La manilla no abría. Así que empezó pegar voces en inglés. Los vecinos del primero y del tercero replicaron llamándole la atención por sus voces, ajenos a su petición de socorro. Cuatro o cinco horas estuvo encerrado en el baño hasta que llegamos Javier y yo de la Universidad. La manilla tampoco abría desde fuera, así que mi colega decidió darle un enérgico puntapié a la puerta y la echó abajo. Anthony salió lívido. Oh, es bueno. Acabado el año, su querido Manchester United ganó la liga inglesa, mi querido Sporting se clasificó para la UEFA y nuestro divertido piso de estudiantes se disolvió. Él se fue a Inglaterra; yo, a Granada. Un buen día le mandé una postal dándole cuenta de mi nueva dirección en el Albaicín por si se dejaba caer por allí. Él me replicó en su castellano indio que iba aderezando de ricos matices, pues aludía a mi ‘velada invitación’. Por un lado, me apetecía echar unas risas con Anthony Jeffers. Por otro, no me apetecía la convivencia, pues era meridianamente cerdo en las cosas del hogar. Y esa indecisión mía debió de quedar bien reflejada en aquella postal, a tenor de su respuesta. ¿Quería verdaderamente que fuera? Oh. Es depende.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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