Ya siento decepcionar al personal. No trata el tema de camas calientes en versión humana, sino vegetal. La cuestión está relacionada con la huerta recién preparada. Hacía yo alarde el lunes de mis 105 plantones colocados con esmero tras rotovatear la tierra. Y va Mompracen, desde el mismo Bilbao, a decirme que olvidé un interesante producto: las calabazas. Crecen mucho, rentan mucho, permiten la congelación troceadas y una vez en la invernada acompañan a purés, a porrusaldas e incluso a arroces. Sabias palabras las del buen vasco de cabeza rapada. Así que ayer fui hasta la Cooperativa para comprar un sobre con semillas pues no había ninguna planta en venta. Llegué a Arroes y entonces puse en práctica el consejo del suegro, asesor impagable en cuestiones hortofrutícolas: la cama caliente.
¿Y qué es una cama caliente en el mundo agrícola? Pues una gochada muy eficaz. Lo principal es cubrir una bandeja de plástico tipo semillero con tres cuartas partes de cucho. Para esa misión, al carecer de vaques, me basta saltar el muro al prau de Adolfo con una paleta y buscar por la pomarada las huellas de su medio centenar de hermosas vacas. Con el botín caquil, salto de nuevo a mi terruño, para pasar a la segunda parte del ‘guiso’, según contaría Arguiñano. Toca la turba, bien remojada, dejando la boñiga oculta. Entonces pasas una navaja por esta suculenta argamasa para dejarla dividida en doce cuadrículas e introduces una semilla en cada una. Ya está hecha la cama caliente. La fermentación del cucho pondrá el piso de arriba a unos 30 grados y la humedad hará el resto. Con la cama caliente, la semilla se anima a convertirse en planta a la velocidad del trueno gracias a esos calores que llegan del sótano animándola a desperezarse. Cuando tenga un tamaño adecuado, cogeré los dados de turba y cucho con su fruto para trasladarlos a la huerta. Entonces le tocará trepar por el suelo e ir escupiendo calabazas. No aspiro a tantas como las que saqué en el Codema. Bastan unas pocas para hacer las funciones de adorno y alimento.
No están tan lejanos los tiempos en los que las gallinas habitaban debajo del banco de la cocina para dar calor a los lugareños, que les arrojaban las sobras con gran facilidad. Con el síndrome actual, en vez de pagar facturas a HC podemos aficionarnos a hacer ‘camas calientes’ con gallinas, conejos, terneros y lo que se tercie. O facer una plantación de calabazas debajo de la cama. Así bastaría estirar un brazo en plena noche para recolectar un suspenso de los de antes.