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Adrián Ausín

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Dalai Perdiz

¿Quién tiene diez días libres para dedicarlos a la meditación? Quizás cumplamos cincuenta o cien años sin haber tenido ese margen de maniobra o, aun teniéndolo, sin haberlo hecho. Llegan las vacaciones, organizas un viaje y no paras. Así que puede resultar normal alcanzar la vejez sin haber tenido un solo retiro espiritual en tu vida. A 47 kilómetros de Barcelona, en un lugar llamado Vipassana, te ofrecen diez días de recogimiento, de silencio, de reflexión. Curiosamente, la experiencia es a priori gratuita, basta inscribirte en su página web para que te den una fecha en la que ingresarán 40 personas deseosas de desconectar. Allí recibirán cama, comida y guía espiritual. Nada más llegar deberán depositar el móvil, la cajetilla de tabaco y, metafóricamente, la lengua. La charla está prohibida. Sólo cabe dirigirse al guía en caso de duda. Diez días después, a uno le devolverán el móvil y el tabaco. Y si gusta hará un donativo para la causa. Si no, nadie le dirá nada.

Esta singular experiencia acaba de vivirla en primera persona uno de mis hermanos. Treintañero, soltero, libre de cargas y, como tantos otros, con sus pájaros en la cabeza, tomó las de villadiego. El primer día que le eché en falta, otro hermano me informó: está meditando. La frase sonó extraña. Pero era real. Aficionado compulsivo a mil historias (escalada, parapente, setas, abejas, birras, etc), de la noche a la mañana se nos hizo budista. Yo, en nuestras coñas, le llamo Perdiz, simplemente porque hace rima con su nombre. Así que desde que supe de su encierro ya maquiné el nuevo nombre para la vuelta: Dalai Perdiz. Regresó Dalai Perdiz de su retiro catalán (qué curioso que precisamente los catalanes te regalen una pensión completa en estos tiempos que corren) y este humilde servidor se arrodilló ante el nuevo conductor espiritual de la familia para decirle: Maestro, ¿qué has aprendido? Entonces comenzó a fluir el verbo del hermano recuperado para el clan familiar, con varios kilos menos y una nueva fuerza interior:

Los horarios eran tempranos. Nos levantaban a las 4.30 de la mañana, desayunábamos y nos íbamos a meditar a una amplia habitación. Te ponías en la postura budista, con las piernas cruzadas y las manos hacia arriba (que al cabo de las horas te provocaba insoportables dolores), y debías concentrarte en tu respiración. Solo en eso. En el fluir del aire por tu nariz. Así pasaron los primeros cuatro días. Luego la concentración pasó a un único punto de la cara, el canalillo situado bajo tu nariz, en el centro del bigote. Así sucedieron otros cuatro días con la mente fija en ese punto. La última fase fue el cerebro. Alcanzada la paz interior, debías viajar hacia tu cerebro, recorrerlo, inspeccionarlo, sentirlo; lo cual constituyó la experiencia más flipante de todas. Al tercer día, no obstante, Dalai Perdiz estuvo a punto de abandonar. Acudió al guía y le dijo: ‘¿Qué cojones es eso de Vipassana? ¿Vale para algo? ¿Qué me puede aportar? Él le respondió con un truco: ‘El que quiere conocer el secreto debe entrar’. No le dijo más. O sea, prueba o vete. No pidas concreción, pues las sensaciones de cada cual serán por necesidad diferentes, aunque todas resulten positivas.

En este ‘templo’ budista, la Perdiz gijonesa merodeó su nirvana personal. Volvió sin él. Pero de tanto concentrarse en su nariz y en su bigote (sin bigote) alguna suerte de paz interior se trajo para Gijón. Su experiencia me animó a releer ‘Buda’, la fantástica biografía de Siddhartha Gautama escrita por  Deepak Chopra. También repasé algunos episodios del segundo libro de su ‘discípulo’ gijonés, el paseante del Muro José Díez Faixat, quien resumió toda la esencia del budismo en su sugerente título: ‘Siendo nada, soy todo’. Imagina ahora este juntador de letras al señor Faixat presidiendo ceremonias budistas en El Rinconín, con el dalai Perdiz de asistente, postrado a su derecha, y una multitud de personajes anónimos esparcidos por la pradera silenciosos, concentrados en la negación del yo, en despojarse de todo lo superfluo para atrapar la esencia más humilde del hombre, esa en la que su materia se confunde con las olas de la mar y los granos de la arena de la playa. Y el pensamiento, cuando menos, resulta relajante.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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