¿Todavía no contaste lo de la serpiente? No he contado lo de la serpiente porque no estoy orgulloso de haber matado una serpiente; más bien siento cierto pesar. Ocurrió el pasado domingo, cuando marchaba de Arroes rumbo al periódico. Volvía del prau vecín (el de mi hermano) cuando casi piso una señora culebra. Se revolvió ante mis pies y salió pitando hacia unas rocas. Tras el susto, recordé el aviso de mi padre unos días atrás. Había visto la cola del bicho justo cuando te metía en una oquedad, a las faldas de un roble. Me advirtió de su grosor. Como el prao tiene mucho tránsito infantil, mucho sobrino en danza, cuando me topé con el bicho no lo dudé un instante. Fui corriendo a por un palote y volví al lugar del encontronazo. Ahí estaba contra unas rocas. Se entabló un duro combate, de desenlace previsible: un humano pertrechado con un arma contra una serpiente de unos setenta u ochenta centímetros y buen grosor. Mis embestidas iniciales no lograron partirla porque la tierra amortiguaba los golpes. Al final, con esfuerzo, quedó inerte. La cogí con la mano y aún movía la cola. Entonces la oculté en un rincón, bajo la hojarasca. Agitado aún por la pelea llegué a trabajar. Cuando tuve un hueco envié la foto del delito a Cráneo y al suegro, ambos expertos en estas lides. Su respuesta es la que me acabó de fastidiar. No era una víbora, como temí al principio, sino una serpiente de campo totalmente inofensiva, que hace buenas labores manteniendo a raya a topos, ratones, sapos y otros anfibios. También a salamandras, según pude comprobar, pues al inicio de nuestro combate, cuando la estrangulaba, expulsó media salamandra a la que debía de haber dato matarile poco antes. Apuntaba Cráneo que podía ser una serpiente de collar, pero me consolaba con la apostilla de que hay buena cantidad en la España Verde.
Volví a Arroes al cabo de dos días. Husmeé en el rincón donde había depositado al desagradable reptil y allí estaba. Entonces concebí un plan para ganarme el indulto por mi mala acción (que, no obstante, agradecerán sobrinos y féminas de la familia). Si interrumpí un eslabón del ciclo natural del prau, pensé que lo mejor era reconstruir la historia, rebobinarla hasta el día de autos y provocar un encontronazo de la culebra con una de las aves de envergadura que sobrevuelan el planeta Arroes a diario. Creo que puede tratarse de águilas culebreras, con lo cual harán honor al nombre cuando una de ellas otee a mi víctima en un lugar visible, trace unos círculos y emprenda un vertiginoso descenso para atraparla. Yo estaré a una prudente distancia, cámara en mano, para inmortalizar la caza, cual felixrodriguezdelafuente, o de la delapradera. Si se produce este desenlace, con trazas de epílogo, enlazaré la fábula de la serpiente con la del ferre (c0mo mal-llamamos en Asturias a todos los bichos grandes con alas, cuando en realidad sólo es el gavilán). Y dormiré un poco más tranquilo pese al montaje. La naturaleza debe seguir su curso.