Repesco esta fotografía a modo de guinda. Está tomada en el verano de 2001 una de esas tardes en las que llamaba a Francisco desde el río para que fuera encendiendo la plancha. Aquel día comí unas ricas mollejas con mi amigo Pablo en la terraza antes de volver para Gijón. Nos inmortalizamos también el uno al otro, pero la foto importante fue la del ‘Madrugo’, ‘Paco’, ‘Molle’. En el siguiente viaje le llevé esta imagen ampliada y enmarcada en versión casera, con las clásicas grapas. Pensaba que la colgaría en las paredes del bar, pero en sucesivas visitas certifiqué mi error. Aquella ruda pregunta que me hizo nada más verla había sido demasiado determinante: “¿Quién es éste?”. A Francisco no le gustó que saliera un desconocido oteando su ración de mollejas plancha y esa presencia anónima se antojó demasiado incómoda para colgar la estampa. Cosas de la ‘alta montaña’.
La relación de comentarios que han ido enriqueciendo el post ‘El Mollejo’, dedicado a su memoria, me han animado a rememorarlo en carne y hueso. Lástima que no lo fotografiara de cuerpo entero para que luciera madreñas. Ha sido maravilloso comprobar cómo las nuevas tecnologías nos permiten que un escrito fabricado en Gijón pueda ser leído en Boca de Huérgano, León, Bilbao, Madrid, etc; por personas para las que El Madrugo fue un lugar especial. Algunas de ellas han dejando aquí, en Campo y Playu, sus recuerdos hasta completar, con variopintos detalles, la historia de aquel entrañable bar y de su dueño. “Madrugo, ¡pon cacahuetes, hostia!”, rescató Agustín. Remoloneaba un poco, te obligaba a reclamarlos tres veces, metía la mano en aquella gran bolsa y la abría sobre la barra, sin plato ni nada parecido. A Alba, en cambio, le vienen a la memoria los champiñones picantes de tapa para acompañar al vermú los fines de semana (a veces, también eran mejillones). Decía la clientela que abusaba siempre del picante para aumentar la sed de vinos. Y seguramente fuera verdad. Susana hace alusión al gusto del Mollejo por las mujeres. Ni que fuera tonto. Pero revela una curiosa clasificación del género femenino que bien merecería un cartel ilustrativo: anojas, doblenas y fresenas. Sin embargo, no quiso pasar por más altar que el de su bar. “Déjate de líos…”.
Nos cuenta Blas un incidente automovilístico tras una noche de fiesta en Villafrea, al quedar atascado con su Land Rover en el puente de salida a la general. Cree recordar que sacaron a Francisco del apuro unos fornidos mozos de Portilla. Y apostilla: “Cuenta la leyenda que Paco conducía con madreñas…”. Tras la semblanza real y otras dos figuradas (Vida y aventuras del Mollejo y Mollejas en la Tercera Fase) culmino este improvisado álbum de recuerdos cuatro años después de la alta traición del Molle, al dejarnos con el pie cambiado, con la grandísima satisfacción de haberlo ‘resucitado’ estos días para ese grupo de privilegiados que pasamos horas, días, semanas y meses en su bar. ¡Salud, Francisco!