Trujillo y cierra España | Campo y playu - Blogs elcomercio.es >

Blogs

Adrián Ausín

Campo y playu

Trujillo y cierra España

Vacaciones 2012 (1)

Cuando te acercas en coche a Trujillo la testosterona patria empieza a hincharse peligrosamente. Avanzas en un confortable vehículo de cuatro ruedas, con tu música y tu aire acondicionado para combatir esos 39 grados que marca el cuadro de mandos. Sin embargo, la proximidad de la noble ciudad de Trujillo te va metiendo en la máquina del tiempo hasta hacerte dudar de la utilidad de todas las teconologías del siglo XXI. A Trujillo, urbe monumental esculpida en piedra sobre un promontorio, en medio de la llanura extremeña, ¡hay que llegar a caballo! Eso de arrimarte a sus murallas con un coche, pasear por sus calles señoriales, comprar un décimo de lotería y marchar debería estar prohibido. Trujillo, señores y señoras, se merece un respeto, un canto a la patria, un hincamiento de rodilla para ponerse a los pies de don Francisco de Pizarro, de don Francisco de Orellana y de todos los antepasados que hicieron grande a España hace 500 años.

El viaje al Sur ha comenzado haciendo noche en la Hospedería del Parque de Monfragüe, en Cáceres, un precioso edificio en medio de la nada donde regalan la primera lección de Hispanidad. Con tanta crisis, con tanto lloro, cómo no nos organizamos los españolitos de a pie para quedarnos en tierra santa y disfrutar de nuestras vacaciones los unos en los terruños de los otros. Que queden aquí les perres de todos, que no salgan a Francia ni a la República Dominicana. Hay España pa rato. Y nunca acabas de conocerla entera. Monfragüe ha dado la primera estocada al viejo caballero y su dama. Un paisaje precioso, seco, relajante, con encinares y alcornocales serpenteando sobre un embalse. La ocupación es baja y la chica de recepción te da una suite a precio de habitación estándar. Pedazo de habitación. Impresionante. Con recibidor, pasillo, dormitorio, techos altos en caída libre, grandes ventanales con vistas al parque. Es en este momento cuando empiezas a dibujar en tu mente la grandeza extremeña, que refresca el recuerdo de un viaje de cuatro días realizado casi veinte años atrás.

Si el viaje ha sido bello de Plasencia a Monfragüe, la prolongación de esta carretera secundaria hacia Trujillo (benditas secundarias que enseñan el paisaje mientras por las autovías viajas con orejeras) te invita a sacar la espada toledana por la ventanilla del coche y gritar un desgarrador “¡a la caaaarga!” en una imaginaria guerra contra el infiel. Con la invasión musulmana sofocada hace siglos, sin américas que conquistar, sin gabachos contaminando el suelo patrio; razonas que falta un objetivo adaptado al siglo XXI para que Trujillo, esa ciudad cuajada de palacios y casas señoriales, resucite de su sueño pétreo y tome las riendas de la nación. Entonces te acuerdas de los políticos, de sus amplias familias colocadas aquí y allá, de sus listas electorales que parecen la guía telefónica para que no quede uno sin su sueldín y te dices, ¡tate! ¡ya lo tengo! Tras aparcar el vehículo con discreción, rescatas del maletero las calzas, la armadura, el casco y el escudo; y te presentas en la colosal plaza mayor trujillense para postrarte a los pies del gran conquistador del Perú, cuya estatua escuestre parece cansada de tanta inmovilidad y tanta foto. Cuando culminas tu audiencia, tres horas después, la descripción de los tristes hechos nacionales no ha caído en saco roto. Un temblor como el de un terrremoto sacude los cimientos del pedestal. Pizarro salta con su rocín al centro de la plaza, le sigue Orellana; ambos comienzan a recorrer al galope las empedradas calles mientras emiten un desgarrador sonido gutural que exterioriza la mala hostia acumulada en cinco siglos, el pueblo responde inmediatamente a la llamada, las gentes entran a la carrera en sus casas, se escuchan gritos de “¡a las armas!” y a media tarde está toda la población civil convertida en un entusiasta ejército formado en la plaza mayor. Pizarro lanza un discurso épico contra el nuevo infiel que le ha obligado a despertar de su letargo, enciende los ánimos del populacho y fija para las seis de la mañana del día siguiente la gran marcha contra el poder establecido. Se escuchan vivas y la soldadesca se va a sus casas a descansar.

Lo que ocurrirá a la mañana siguiente aún no ha pasado tiempo suficiente para incorporarlo a los libros de Historia. Pizarro sabe que está cambiando el curso de las leyes naturales de la vida y la muerte; también los de la nación; pero mira al cielo estrellado de noche, se arrodilla y pide perdón al señor todopoderoso por disponerse a correjir los renglones torcidos de esta España nuestra. En el silencio sepulcral, quebrado sólo por los grillos de la meseta, cree recibir la aquiescencia del hacedor. La marcha será apabullante. El primer objetivo ejemplar es el Senado. Las tropas trujillenses entran a la Capital del Reino emitiendo un grito desgarrador que deja mudo al Ejército. Los soldados se echan a un lado y dejan hacer a los enviados justicieros, que decapitan, ensartan y destrozan sin piedad los cuerpos de más de dos centenares de senadores reunidos en ese momento en sesión ordinaria. Un baño de sangre cubrirá las paredes del edificio. Tras el Senado, le seguirán el Congreso, los Ministerios y cuantas instituciones públicas asientan sus confortables reales en el Madrid del siglo XXI. Cuando la ciudad queda limpia de cargos públicos, el Movimiento 15-M se ha puesto también sus armaduras y ha pedido instrucciones al conquistador extremeño, quien los distribuye por toda la piel de toro. En 24 horas no queda ayuntamiento, diputación ni parlamento regional sin mácula. La sangre de los políticos llena las paredes, invade las aceras y se pierde por los sumideros. Cuando Pizarro retorna a Trujillo con sus aguerridos conciudadanos, un comité de siete sabios ha quedado al frente del país y un jubilado emérito ha tomado las riendas de cada ayuntamiento. No habrá ni un solo sueldo público en España. Y el país se dispondrá a resurgir de sus cenizas por sí mismo; sin esos cientos de miles de parásitos que chupaban su sangre a diario.

Apenas ha pasado día y medio. Pizarro y Orellana vuelven a presidir la plaza mayor de Trujillo. En su mirada se intuye un gesto satisfecho, ese de quien acaba de culminar una gesta de la que se hablará por los siglos de los siglos. Quien les ha despertado de su letargo siente una profunda satisfacción patria. El pueblo ha vuelto a sus quehaceres, entre cánticos y bravuconadas. Así que el viajero compra ese décimo de lotería de recuerdo que tenía en mente, arranca su vehículo y sigue viaje hacia Andalucía. Mira de reojo por el retrovisor el renovado poderío de Trujillo y cuando alza su espada toledana por la ventanilla a modo de despedida, todo aquel pueblo levantado en armas la víspera le despide con vítores desde las murallas.

 

 

 

 

 

 

 

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


julio 2012
MTWTFSS
      1
2345678
9101112131415
16171819202122
23242526272829
3031