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Adrián Ausín

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Riaño, 25 años después

Vacaciones 2012 (5)

Vayas donde vayas, el coche siempre te acaba llevando a Riaño. Si te despiertas en La Alberca (Salamanca) y comes en Valdevimbre (León) tras circular por una preciosa carretera secundaria rodeada primero de encinares poblados de toros bravos y luego de llanuras amarillas, la riqueza de Castilla y León te invita a tomar dirección Burgos y entrar a Riaño por Palencia, otra interesante ruta que te deja, tras pasar Guardo, en el mismísimo Boca de Huérgano, el pueblo de mi añorado Mollejo, donde tenemos hotel reservado. Al día siguiente, sábado, 7 de julio, se van a conmemorar los 25 años de la destrucción de Riaño, Pedrosa, La Puerta, Éscaro, Anciles, Huelde, Salio y Burón (esta parcial) a golpe de excavadora y dinamita. Habrá un acto público en el Museo Etnográfico de Riaño, que culminará con la apertura de la exposición ‘Ocho pueblos y un Recuerdo’ (1987-2012). Cada pueblo está recordado en un panel. Un vídeo inédito de hora y media descubre una grabación de lo que fue el valle de Riaño antes de que entrase la Guardia Civil a destajo. Y el centro de la sala de exposiciones recoge la obra escultórica de Carmen Sopeña, mi tía, quien ha trasladado sus amores por Riaño del lienzo al barro, material con el que ha modulado rostros rurales, campesinas, estelas, ovejas, símbolos que transmiten al espectador en ocasiones un desgarro; en otras un retazo; en otras un cándido detalle de la vida en el campo. La cita en el Museo Etnográfico es obligada. Sabes que te va a revolver por dentro, que va a hurgar en tu ADN sumergido bajo las aguas del pantano, que te van a aflorar las emociones; pero sabes también que debes estar.

Veo a mi tía nerviosa. En los discursos, David Gustavo y Toño rememoran la tragedia. Recuerdan a aquel ministro del PSOE llamado Javier Sáenz de Cosculluela que mandó arrasar y allanar ocho pueblos antes de empezar a embalsar en julio 1987. Recuerdan la invasión del valle por guardias civiles. Recuerdan a la gente en los tejados protegiendo sus casas. Recuerdan el pelotazo de goma que recibió mi tía en un ojo, a distancia antirreglamentaria, del cual perdería la visión. Recuerdan que mi tía, que sigue tensa sus discursos, nunca dejó de veranear en la zona, pese a las cuatro largas horas que dista Coruña de los Espejos de la Reina, donde se ha hecho una preciosa casa; y pese a hacerlo con un rastro de visión que no deja nunca de llevarla feliz a destino. Recuerdan todo y se abren las puertas de la exposición. Para entonces tengo ya un nudo en la garganta. Entramos todos a la sala y ahí están reposando, entre troncos de madera bellamente dispuestos, las estelas, las ovejas, los viejos, las campesinas, los retratos de Carmen Sopeña, mi tía, con la que me fundiré en un abrazo cuando nos encontremos en la sala al cabo de los minutos. Las viejas imágenes de Riaño se proyectan en un rincón de la sala, adonde intento no mirar para no perder la compostura. Hoy lo importante es la exposición, una preciosa muestra que estará en el Museo Etnográfico de Riaño hasta el 12 de octubre para trasladarse después a León.

En un momento de la inauguración alguien nos pide que posemos para una fotografía a riañeses y veraneantes. Posamos. Ahí están Carmen, David y Gabriel; Liliana y servidor; Yeyo y Jesús; Rafa y Ramiro; Juan Carlos… La foto, muy bonita, me sorprenderá al día siguiente publicada en La Crónica de León, donde dedican tres páginas a la efeméride. El Diario de León publica otra doble página y EL COMERCIO rememorará el viejo Riaño el domingo siguiente en un amplio reportaje. Todo este despliegue hace justicia a la injusticia, pero hurga en un pasado idealizado por todos que, en mi caso, prefiero tener adormecido. Aquellos veranos de tres meses, aquellas sesiones de río de doce a ocho, la explanada de cemento del puerto, las chocolatadas, las sangrías, la plaza del pueblo, el campanario, el Yordas, la cueva del oso, la discoteca El Roble, el bar Moderno, La Hila, El Caritos, Lojita, Omar dándome clase de inglés en las antiguas escuelas… Tantos lugares y tantas vivencias que quizá sea mejor dejar que se decanten al fondo del cerebro para que no haga daño su recuerdo.

El 25 aniversario de Riaño era, sin embargo, un tributo necesario. Se recordó la barbarie y quedaron abiertas las puertas de una bonita exposición que tiene parte de homenaje al pasado y parte del retrato rural de siempre. Celebramos el encuentro con viejos amigos haciendo las venerables rondas de bares del viejo Riaño abreviadas en el nuevo Riaño. Recapitulamos historias, nos bañamos en el río pese a las temperaturas ‘asturianizadas’ (apenas llegaban los termómetros a los 19 grados) y nos despedimos el domingo de mi tía, y de Riaño, con el sabor agridulce de haber viajado atrás en el tiempo y en el espacio para descorrer el velo del agua embalsada y recrear la infancia feliz en aquel valle donde amanecías con las campanadas de la iglesia para confundirte con las truchas por el día y convertirte en estrella por la noche.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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