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Adrián Ausín

Campo y playu

¡Casun Soria!

Vacaciones 2012 (6)

Dos semanas completas fuera de Gijón cunden. Cádiz, Extremadura, Salamanca, León… Cuando deshaces la maleta un domingo por la noche te dispones a pasar tus últimos días de vacaciones en tierra astur: ir a la playa, poner Arroes al día, subir a la base del Urriello. Sin embargo, el lunes amanece con un manto de agua que lo inunda todo. El martes continúa. Te sorprendes, un 10 de julio, con gorro de agua, botas, desbrozadora en mano, atacando masas de hierba en torno a los árboles. Y decides en un instante, ¡casun Soria!, hacer la maleta de nuevo. Llamas a la esposa y le plantas una oferta irrenunciable: busca un vuelo barato adonde sea y si no lo hay cogemos el coche y nos vamos. No hay vuelos baratos en caliente, así que tras la comida nos subimos al coche camino de Soria a recrear, o completar, un maravilloso viaje de hace ya diez años. Porque Soria, señores del jurado, es una de las más bellas provincias de España. Y mientras diluvia en Gijón ‘Eltiempo.es’ dibuja unos bonitos soles en Castilla y León con temperaturas de entre 25 y 30 grados. O sea, verano. ¡Como marca el calendario!

Vamos por Torrelavega, giramos hacia Burgos por una carretera con demasiados pueblos y demasiados coches. Pero el milagro se obra una vez más. Cuando asomas a la provincia burgalesa tras el segundo puerto, el cielo se abre de par en par. Se disipan las brumas y el sol empieza a picar. Parece que sales de una caverna maldita. En cuatro horas y cincuenta minutos estamos en Ucero, un precioso pueblo que parece un nacimiento situado a tres kilómetros del inicio del Cañón del Río Lobos. Tomamos habitación con vistas en la casa rural Los Templarios y apuramos los últimos rayos de sol para subir hasta el castillo (también templario) situado frente al pueblo, en una colina desde donde lo dominas todo. La chica del hotel es maja, expeditiva, llama a sus visitantes ‘chicos’ todo el rato y les da todo tipo de explicaciones. El marido, más reservado, queda bautizado automáticamente como Munitis. Es igual que el bregado extremo del Racing. Juntos restauraron un caserón familiar, recargaron un tanto el interior y se han dedicado a eso que se viene en llamar turismo rural. Otra salida laboral no tenían, advierte la chica que te llama chico todo el rato. Tienen una buena letra para unos buenos años, pero ellos viven en el ático, o sea que pagan casa y negocio de una vez. ¿Envidia? Un tanto. En la parrilla de San Bartolo, el único de los tres restaurantes del pueblo que no es hotel, cenamos de vicio: piparrada, ensalada, somarrillo, vino de la tierra y postre.

Con agradables aromas de secano te metes en la cama, un tanto divorciado del ‘climax Gijón’. El miércoles aguarda el Cañón del Río Lobos, diez kilómetros de senda rodeado de singulares paredes calizas llenas de oquedades donde anida el buitre leonado. En algunos tramos puedes ver hasta una docena a un tiempo sobrevolando tu sesera. Hace diez años, echamos una siesta después del bocata y al abrir los ojos esa docena de buitres se había doblado y estaba a una distancia cada vez menor de los siesteantes. ¿Estarían calibrando la inmovilidad? Mejor levantarse. Esta vez, el cañón está casi desierto de humanos, pero curiosamente de repente nos topamos con el Ejército español. Unos doscientos soldados pasan a buen ritmo, ya de vuelta, dejando atrapados en medio de su fila a un padre con dos hijos que parten a la tropa en dos. Cuando pasan los civiles, tras mil saludos a la soldadesca, el comentario es inevitable: ‘Vais bien escoltados’. El padre y los hijos sonríen. Además de los buitres, acompañan la caminata las ranas, que llenan el río Lobos cómodamente aposentadas en nenúfares. También se atraviesan varios lagartos en el camino y un sinfín de pájaros: martín pescador, aviones, alimoches… Un baño en una poza, otra peligrosa siesta y vuelta, después de haber llegado hasta el puente de los siete ojos. El reposo en Ucero es, por la tarde, algo así como el plácido descanso del guerrero antes de volver a la rica parrilla. Donde muere el río Lobos, nace el río Ucero, un auténtico jardín botánico en sí mismo, cuajado de flores acuáticas, que recorreremos al día siguiente por ambas orillas antes de ir por tercera vez a la parrilla y dedicar la tarde a la lectura.

Con el sol debilitado toca excursionear. El Burgo de Osma es una maravilla monumental. Pueblo/ciudad con señorío, murallas y soportales. Y Calatañazor, en su alto, con su castillo, rememora la anécdota de hace diez años, cuando entramos en coche al pueblo cerca de las once de la noche, hambrientos, buscando un sitio para cenar y al atinar con un restaurante abierto saqué la cabeza por la ventanilla gritando al (presunto) vacío ¡Catalañazooooor! ¡Catalañazoooor! Un grito de guerra (equivocando la ele y la te) con el que quería mostrar mi alegría por el hallazgo de pitanza en aquellas calles despobladas. Sin embargo, un joven que salió de la nada pasó de repente rozando mi cabeza y mirándome como si estuviera chiflado. Una vez aparcado, al entrar al restaurante, aquel mismo joven nos entregó la carta tras preguntar qué queríamos para beber… Esta vez atiende un hombre un tanto malencarado. Pido codornices escabechadas y jarra de vino. Cuando le diga que ‘vaya lo que me ha hecho currar con los huesecillos de las codornices’ mostrará una sonrisa, recomendará abiertamente el helado de chocolate y menta (espectacular) y abrirá su castellano corazón a los viajeros. Es astorgano y tras ser vendedor de muebles durante veinte años, la empresa le mandó al paro, ha cogido el restaurante en traspaso e inicia una nueva vida. Curiosa historia. Al marchar nos recomendará unas jornadas mozárabes con gastronomía y baile del vientre incluido que celebran en noviembre. Tomamos nota. Camino de Ucero, de noche, con música clásica y la ventanilla bajada, huele a pino fresco mientras insistentes carteles te advierten de la irrupción de venados en la calzada. No será un venado sino un jabalí el que se atraviese con margen suficiente para frenar y contemplarlo, panchu panchu, sin inmutarse.

El viernes toca dejar Ucero, auténtico paraíso soriano. Munitis dice satisfecho que todo el mundo repite. No pienso estropearle la máxima. Repetiré. Quizás incluso tripita. Trazamos una vuelta a Gijón con paradas que amortigüen la pena de ir alejándose de Soria. Nos aguarda Santo Domingo de Silos, con celestial visita al monasterio, Covarrubias, con buena comida, y Villadiego, con su curioso pasado… Pero eso, señoras y señores del jurado, esa es otra historia.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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