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Adrián Ausín

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Complicidades con Andresín en el río

Es verano. Hace calor. En el río de Riaño estamos, en el mismo pozo, varios figurantes. En el pedrero está un matrimonio de Bilbao (Ana y Fonso), sus dos hijos (Andresín y Clara) y algún que otro personaje más: Alicia, mi tía, que viene y va, ella prefiere el prau, David, Mónica, Eva… A unos metros del pedrero, sobre una silla desplegable anclada en la orilla, un servidor está leyendo una novela. Hay un poco de barullo, algo de conversación alta en la que unos y otros dicen algo todos a la vez. Entonces giro la vista, busco la mirada de Andresín, un neno que rondará los diez años, y cuando la tengo fijada le hago una escenificación teatral silenciosa: simulo que hablo como una vieja arrugando mucho la nariz hacia arriba y cerrando los labios en círculo mientras profiero unos sonidos ininteligibles. Esta extraña comunicación deja sorprendido al joven vascuence, que me mira como diciendo ‘¿tú por qué sabes ‘eso’?’

Andresín es sobrino de Cráneo, que ese día del pasado verano no está en el río. Ambos tienen muchas complicidades. Cráneo me ha revelado algunas. Mi favorita es una sorprendente para un niño, pues según me ha contado la pone en práctica igual desde los seis o los siete años. Cuando hay un poco de barullo de mujerío, cuando están hablando a la vez su abuela, su madre, sus tías, cuando se produce ese ambiente tan femenino del momento del café en el que el loreo es absolutamente incesante, Andresín mira a Cráneo con una silenciosa complicidad, arruga la nariz hacia arriba, redondea la boca y se pone a imitar el sonido aturullante de fondo a veces sin ni siquiera emitirlo, otras con unos leves dejes guturales. Ambos se miran y ríen sin parar. Entonces se puede percatar una de las mujeres de la reunión y preguntar el clásico ¿qué os pasa a vosotros dos? Pero la respuesta será hermética. Nada, cosas nuestras. De ahí no los sacará nadie, pues sería entrar en terrenos pantanosos hacer una parodia de la situación, además de encontrarse en manifiesta minoría. Apoderado de esta maravillosa anécdota, de esta precocidad de Andresín en desentrañar la naturaleza femenina (muy bien, noble vasco, cuando pases a ser Andrés las tendrás a raya), me tomé la libertad este verano de enviarle un mensaje secreto en el río en medio del barullo. Aunque apenas me conozcas soy de los tuyos, vine a decirle con aquella mirada y aquella gesticulación. Luego le hablé de su tío Cráneo y de su tío Mompracen, que son la misma persona con dos ‘acepciones’ diferentes y él lo memorizó todo para interrogarlo a su vuelta a Bilbao.

Cuando telefoneé a Cráneo al cabo de unos días resonaron enseguida las carcajadas. El sobrín le había interrogado acerca de Cráneo, aunque esa acepción no le suponía gran dificultad, debido a su cabeza permanentemente rapada. Mompracen le costaba más. Tenía problemas incluso para pronunciarlo nuestro joven vasco. Ahora bien, de la mirada cómplice del río cuando le había hablado ‘como las viejas’ no había dicho ni mu. Hay cosas que es mejor no explicar, debió de pensar. Son cosas de hombres, armas de defensa personal cuando te ves atrapado en un cónclave femenino. Y de eso Andresín, pese a su bisoñez, ya sabe un rato.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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