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Adrián Ausín

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La pomarada de Adolfo

Es un día soleado de otoño. En el prau hay una quietud maravillosa. Buena temperatura, árboles en plena caída de la hoja y un silencio interrumpido sólo por ese inconfundible sonido del desplome de una manzana, una más, acompañado antes o después por el mugido lejano de las vacas de Adolfo. La tarea del día es hacer sidra. Ya están pañadas las manzanas. Así que toca lavarlas en la carretilla, sentado cómodamente en una tayuela, echarlas al cesto de plástico para que escurran, triturarlas… y al llagar. Cuando esté ya medio lleno, empezará a pingar en el barreño, un momento mágico que marca el inicio del fruto. Una vez colocados los maderos, toca remar para ir apretando la magalla, hasta que empieza a caer un chorro continuo de sidra dulce. La última tarea será el trasvase con una jarra a una barrica de 50 litros. Pero antes de que llegue ese momento (es 2 de noviembre y corcharás la sidra allá por el 15 de febrero), te das un descanso para dejar que el pequeño llagar vaya cumpliendo su función y suelte, despacio, el líquido elemento.

Entonces te percatas de que en la vecina pomarada de Adolfo hay actividad. Las vacas andan sueltas pastando a su aire. Y Adolfo, su hija, el novio de la hija, el tío y otro familiar más están recogiendo la manzana, que venderán al llagar Frutos, el más próximo a estos pagos. Están usando varas de bambú para tirar al suelo la que queda en los árboles. Tienen ya varios sacos apilados en la base de cada manzano. Salto el muro como si tuviera quince años (cualquier día me rompo la crisma) y voy a su encuentro para saludarlo. Adolfo es un paisano de una pieza. Menudo, fibroso, sesentón, aunque no lo aparente, tiene siempre una palabra amable y un ofrecimiento que hacerte. Si quieres cucho te da cucho. Si quieres su carro, te lo presta. Si pasas por su casa, enseguida descorcha unas botellas. Hoy no podía ser menos. Te interesas por las cañas de bambú y te dice que tiene un ciento detrás de casa, por si las necesitas para algo. Pero lo primero de todo es su saludo, ese inconfundible saludo cuando pronuncia tu nombre con fuerza alargando el final y acabándolo en seco: “Adriaaaán”. Te cuenta que tienen que recogerlo todo porque en Frutos van a cerrar el grifo y tienen que llevárselo ya. A 30 céntimos el kilo pagan en estas fechas. Luego se interesa por tu padre, que charla con su tío unos metros allá: es una conversación de octogenario (el mío) a nonagenario (el suyo). Y lo hace constar: “Vaya bien que está tu padre”. Bueno, la verdad es que sí, aunque toma un carro de pastillas cada día. “Bueno, ¿y nosotros qué? A ver si no las vamos a necesitar nosotros también”. Un rato después, para corresponder un poco a tanta amabilidad, llevo a Adolfo y a su tropa una botella de sidra dulce recién exprimida con unos vasos. Agradecen el gesto y cada cual sigue a lo suyo; ellos pañando, yo remando y trasvasando ya el líquido del barreño al tonel.

Cuatro días atrás había hecho otro llagar que me permitió echar 28 jarras al tonel. Calculo que cada jarra será un litro, con lo que la cosa anda un poco justa para completarlo con dos. El caso es que cuando echamos todo el jugo exprimido en la jornada le falta por llenar justamente el litro y medio de sidra que llevé a los vecinos. Curioso. ¿Voy a decir que nos lo devuelvan?, ironizo con la esposa. No importa. El llagar seguirá pingando un par de días, en los que dará cuatro o cinco litros más. Los necesarios para completar el llenado de la barrica y dejar en la recámara un par de botellas, pues cuando empiece a fermentar hará un singular sonido, menguará un tanto y requerirá un relleno adicional. Los tres jornaleros del prau, un servidor, su esposa y su padre, ponen fin a la jornada al filo de las dos para ir a casa a comer. Les tengo preparado puré de legumbres y chicharro al horno. Pensar en ello abre el apetito. Los cinco jornaleros del prau vecín, Adolfo y los suyos, continúan pañando bajo un maravilloso sol de otoño. Me reconforta saber que lo hacen con una botellina de sidra dulce recién exprimida. Su compañía, su vecindad es un tesoro que hay que preservar. ¡Larga vida a Adolfo y a todos los suyos!

 

 

 

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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