Con esta lluvia fea que cae lo mejor es parapetarte en casa. Ordenas la sala, enfocas la comida y pones un disco que despeje los nubarrones. Eliges ‘Tattoo you’, quizá el mejor disco de los Rolling Stones, con una cara A enérgica, cañonera, fuerte y una cara B reposada, madura, tranquila; coronada por ese temazo llamado ‘Waiting on a friend’. Cincuenta años adornan a los Rolling, pero no conozco otro disco que suene tan bien como éste, de 1981, tan redondo, con una música tan limpia, tan directa. Con los Rolling de música de fondo haces un puré fácil y escapas al Mercadona a por salmón, plátanos y pan. Hoy también viene el padre a comer y hay que alimentarlo con productos sanos a sus 81 castañas, las mismas del año del ‘Tattoo you’.
Con esta lluvia fea rememoras el concierto de los Rolling en el Vicente Calderón del 7 del 7 del 82. Tenías 14 años, pero estabas allí. Todo comenzó cuando los big brothers, de 16 y 17, anunciaron que se iban a Madrid a dedo para el concierto y decidí apuntarme. Mi padre se enfadó, pero dejó vía libre y mi madre telefoneó a una gran amiga, Merche, para que nos acogiera en su casa. La cosa no empezó bien. Dos horas después de ponernos a hacer dedo en dos lotes (hermana mayor con hermano menor y el del medio solo) habíamos ido acercándonos al Humedal desde la zona de EL COMERCIO, pues de aquella era muy normal hacer dedo y debías ponerte el último de la fila. Pero al final nos cogieron hasta León y de León hasta Madrid, hasta la mismísima calle Raimundo Fernández Villaverde, donde íbamos a ser acogidos en adopción. El día del concierto cometimos la torpeza de ir con varias horas de antelación. Sobre el césped del campo, íbamos para acá y para allá sin mucho sentido. Poco antes de tocar los teloneros, la J.Geils Band, yo estaba harto de aquello, cansado de estar de pie, aburrido, dudando incluso si me gustaban realmente los Rolling. La cosa se puso peor cuando las mareas humanas que iban de acá para allá, como la lluvia de hoy, me separaron de mis hermanos. Entonces era ya un adolescente solo, cansado y empapado, pues habían tenido la ocurrencia de lanzarnos un manguerazo de agua a todo meter para refrescar. En esas condiciones, los teloneros me supieron a poco y cuando empezaron los Rolling, a nada. Estaba harto, agotado, chorreando y quería irme de allí. Así lo hice. Escuché cinco canciones y me fui, cabizbajo, a la casa de Merche, donde me metí en una bañera de agua caliente y eché una lagrimina de impotencia.
Aquel fracaso personal con los Rolling en 1982 me condicionó en 1995, cuando llegaron a El Molinón. EL COMERCIO publicó un suplemento espectacular sobre el concierto, unos días antes, en el que me ofrecí a escribir una columna que hiciera de contrapunto a tanto entusiasmo colectivo. Se titulaba ‘Pues yo no voy’. En ella contaba mi experiencia adolescente, el chasco que supuso aquel concierto y, aunque en realidad, con 27 años, sí que me apetecía ir esa vez, no fui. Aquel día trabajaba y era demasiado riesgo sacar la entrada para llegar tarde. Ahora que los Rolling están de nuevo de gira, ya septuagenarios, sí que me gustaría verlos, pero no creo que se pasen de nuevo por Gijón (aunque bueno, si leen esto y se solidarizan con mi caso…). Me conformaré con recordar con gratitud a aquella amiga de mi madre que me pagó el billlete de vuelta en tren, apiadada de mi edad y de mi chasco, y con poner ‘Tattoo you’ a todo volumen en la sala de casa, donde los Rolling Stones suenan como los chorros del oro. Mick, Kate, Ian, Dick; ¡perdonarme! Era demasiado joven y no sabía lo que hacía.