Esposa, le digo, la uña negra parez que tiende a caer. ¿Gustas?
No, marido, cedo mis derechos a las sufridas compañeras de trabajo,
que te aguantan muchas más horas y quizá la disfruten más.
Eureka, replícola. Y piensas: la Mayor, la Avispa Amarilla, la Esteban
Haga el Favor, la Fonsua Fiestas, la Chelinguer Megafichas, la LetiJefa,
la PequeEva, la Azascortas, el Moro travestido de Zarzamora… A todas les
hará gran ilusión pujar por mi negra uña oscurecida por un golpe de segadora.
Mira a ver cómo la repartes, advierte la sinforosa esposa.
Que luego vienen las envidias, el yo la vi primero y los malosrollos.
Cierto. ¿Sorteo? ¿Puja? ¿Puyal ramu? ¿Gincana? ¿Esconderite?
Tras arduo debate, apostamos por la subasta pública de la uña ennegrecida
para ver si podemos amortizar un poco de hipoteca.
¿Cuánto crees que podemos sacar?, diz la muyer
Haces cálculos, piensas en todas las batallas a las que sobrevivió
la simpar uña del dedo corazón de la mano izquierda, piensas
en su heroico último acto de servicio; y aventuras:
‘A ver si lleguen a los 30.000 euros. Anden bien de perres’.
La subasta queda fijada para el día de los enamorados con objeto de pillar a la peña enternecida, de que tengan el bolsillo más suelto… Crecen los rumores en la redacción. Hablan de una alianza de tres redactoras para ofertar una suma inalcanzable. El ambiente está caldeado. Mi uña negra empieza a ser un oscuro objeto de deseo, una reliquia, un valor in aeternum. Llega el gran momento y la votación se celebra con sobre cerrado en la hemeroteca del periódico. No cabe un alfiler. Cuando hago acto de presencia con el abogado, el notario y la uña, lustrosamente exhibida en un cofre transparente, un largo y admirado “ohhhhh” llena la sala. Tiros largos, pedrería, perfumes caros…
El ambiente es como el de Pasarela Cibeles, solo que en versión Pasarela Uña. Da comienzo la puja. Diecisiete sobres quedan depositados en una urna. Cuando el notario va a dar los tres martillazos de rigor para dar por cerrado el proceso, se abre la puerta. Un anciano irrumpe en la hemeroteca. Luce sotana, avanza encorvado y, sin mediar palabra, deposita un sobre in extremis. Como vino, se fue. Se hace un profundo silencio. Comienza la apertura de las ofertas. A llegar a la última, el notario arquea las cejas y proclama: la uña queda adjudicada al Museo de Antiguos Alumnos del Corazón de María por 47.000 euros. “Ohhhhhhhh”, claman desilusionadas las pujantes reunidas en la sala.
Unos días después, el colegio claretiano organiza un acto público, donde muestra en su vitrina dedicada a sus alumnos más ilustres la uña ennegrecida recién adquirida. Está en el medio de sus dos reliquias más queridas hasta la fecha: una ceja donada por Francisco Álvarez-Cascos, de incalculable valor por su arco de herradura, y una réplica del bigote y las gafas de Antonio Trevín que recuerda no sé por qué a los hermanos Marx. Hay discursos y alabanzas tan sentidas que me veo obligado a hincar la rodilla derecha para recibir la bendición del sacerdote oficiante. Tal es la expectación, que me comprometo públicamente a donar en vida el sarro resultante de mi próxima limpieza bucal y, cuando haya abandonado este mundo, el píloro y las mollejas para que les den el uso que consideren. Cuando finalizo mi discurso, algunas asistentes secan los lacrimales de sus mejillas con sus pañuelos. Se canta a coro “santo, santo, santo es el señor (ausín)” y la ceremonia concluye.