Te cuenta desde Milán la esposa la emoción vivida al adentrarse en la iglesia de Santa María delle Grazie y plantarse ante ‘La última cena’ en un silencio sepulcral. En el mural pintado por Leonardo da Vinci entre 1495 y 1497, por encargo del señor Sforza, se alinean doce apóstoles en grupos de tres rodeando a Jesucristo. La pintura, cuenta la esposa, prolonga con una tridimensionalidad casi mágica el refectorio del convento dominico. Mide 4,4 por 8,8 metros. Le adornan 516 años. Y muchos han querido ver en sus formas y en sus más nimios detalles esos mensajes secretos, esas claves y jeroglíficos a los que tanta afición atribuyen a Da Vinci; entre ellos, el escritor Javier Serra en su sólo entretenido bestseller ‘La cena secreta’.
Desde Gijón, las reflexiones milanesas suenan exóticas. Lamentas la distancia. Intentas proyectarte hacia esa experiencia sobrenatural de tener ante ti ‘La última cena’. Maduras entonces la posibilidad de erigirte en el Leonardo gijonés. Ir rápidamente al taller, en San Miguel de Arroes, fabricarte unas poderosas alas de madera y pluma de ave y aniquilar las 14 horas por carretera del recorrido Gijón-Milán. A un vuelo bajo, partiendo de los acantilados de La Ñora, rozando las olas del mar Cantábrico, sintiendo su espuma en la frente antes de atravesar el Pirineo, sorteando cumbres, calculas que podrás presentarte en Milán en apenas un par de horas, darle un pequeño susto a tu esposa cuando abra las cortinas de la habitación del hotel, e invitarla a subirse a tu grupa para llegar al convento esta vez por vía aérea. Tras asisitir a su clase magistral sobre la pintura del Leonardo italiano, su imitador gijonés la invitaría a un frugal almuerzo con vistas al duomo milanés y emprendería el vuelo de regreso a tiempo para estar a las cuatro en el periódico.
Parece un plan perfecto. Así que te pones manos a la obra en plena madrugada. Trabajas sin descanso en medio de ese silencio nocturno del campo interrumpido sólo por algún ladrido lejano, vas dando forma a dos poderosas alas y cuando los campanarios de la mariña villaviciosina dan las seis de la mañana estás colocado en un peñasco sobre La Ñora, dispuesto a iniciar la aventura. Poseído por una fuerza sobrenatural, el Leonardo gijonés toma carrerilla y se lanza al vacío… Ya no podrá ir a buscar a la esposa al aeropuerto al día siguiente. Cuando ésta le despierte con un beso en la frente, en la habitación del hospital, con la promesa de llevarle a ver ‘La última cena’, a él sólo se le ocurrirá una débil excusa para justificar esa locura que le provocó rotura de tibia y peroné de la pierna derecha, tres costillas fracturadas y un brazo en cabestrillo: “Leonardo también falló las primeras veces”.