Si ya se ha rodado diez veces ‘Anna Karenina’, como es el caso, ¿por qué no reinterpretar la puesta en escena? ¿por qué no transgredir un tanto? Ahí quizá resida la explicación del rácano 6,2 que otorga Filmaffinity a la película del inglés Joe Wright, una nota directamente relacionada con las críticas de los ‘puristas’ a este rompedor ‘Moulin Rouge’ (estratosférico musical) de la Rusia de finales del XIX. Ese es el planteamiento crítico, pero luego está el de aquellos que dicen que esta ‘Anna Karenina’ de 2013 roza la genialidad con su Rusia teatral, blanca de nieve, roja de pasión, cuajada de palacios, de vestidos, de bailes, de intrigas… Pues si maravillosa es la novela de Tolstoi, maravillosa es esta escenificación que rinde culto a los sentidos.
Keira Knightley, Jude Law y Aaron Johnson conforman el epicentro de la trama. Esposa que se enamora de chulangas, marido estricto y chulangas en cuestión. El bombazo de Tolstoi fue presentar en el siglo XIX a una mujer de la alta sociedad que decide contar a su marido que tiene un amante y que quiere dejarlo, algo al parecer inédito en la época. Pero si ‘moderna’ es la actitud de Anna Karenina más ‘moderna’ será la del marido, al adoptar una postura también rompedora (no nos imaginamos cómo le habrá sentado a Jude Law, por cierto, que lo hayan contratado como marido aburrido en vez de amante: los años y la prominente calva pensan lo suyo, Jude).
A este núcleo de la trama se le colocan a ambos lados otros dos modelos de familia. Uno, el tradicional de aquella sociedad, protagonizado por el hermano de Anna Karenina, quien combina el calor del hogar con una vida alegre extramuros. Y otro el idílico, la apuesta optimista de la novela, en el que un terrateniente que comparte con los campesinos las tareas del campo se pasa toda la trama ambicionando los amores de una encantadora joven de la aristocracia moscovita, encarnada por Alicia Vikander (la reina de ‘Un asunto real’), actriz sueca de 24 años con un encanto especial. Con esos mimbres, ‘Anna Karenina’ avanza como una potente locomotora que desplaza la nieve acumulada en las vías. En ella van subidos en primera clase el amor, el lujo, la fantasía, los sueños, la frivolidad… hasta que el tren descarrile en la escena final. Tolstoi lanzará finalmente al barranco a esa alta sociedad improductiva que vive de fiesta en fiesta, mientras deja en la retina del lector/espectador esa escena optimista del campo, donde los hombres llevan una vida sencilla, siegan de día y se quieren de noche.