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Adrián Ausín

Campo y playu

Les fabes del alto de Tarna

¿Quién coño ye el que no quier fabes? De trece comensales, doce han pedido fabada y uno, no. El que no pidió fabes, servidor de ustedes, levanta la mano como quien acepta en ese instante ser condenado a escarnio público y la deslenguada mesonera, sonríe y espeta: ¿Garbanzos con bacalao o sopa? Garbanzos con bacalao. ¿Carne asada o pescao? Carne asada. La comanda queda cerrada, pero a lo largo de la comida la señora mesonera dirigirá públicas regañinas al que no quiso fabes, a las que servidor le contestará que los garbanzos están cojonudos.

En el alto de Tarna llevan muchos años sirviendo fabes de Argüero a mansalva. Según cuentan, compran 3.000 kilos cada temporada que llegan a devorarse desde la Cuenca, desde Riaño e incluso desde León capital, obispo incluido. Desde el restaurante, situado en el primer piso del edificio, sobre el bar, comes con vistas a la nieve reinante a 1.490 metros de altitud. No comes fabes porque, pese a la asturianía que se te presupone, cuidas del colesterol y de la digestión a partes iguales. Y una señora fabada para estos menesteres es lo peor de lo peor. Así que prefieres que se la coman madrileños, gallegos, leoneses, vascuences, astures e incluso un uruguayo, que de todo hay en esta santa mesa de trece. Todos menos tú.

Cuentan en el bar del alto de Tarna que hubo tiempos felices de romería, la de la Nalona, de esquiadores aprovechando su único remonte, de dos bares, un hotel y una singular discoteca e incluso de un pisito con meretriz incluida. Treinta años atrás la Cuenca rebosaba billetes de 5.000 en la cartera y el bullicio hacia Tarna y Riaño (viejo) era constante. De todo aquello, hoy sólo resiste el bar del alto y su comedor, donde el plato estrella siguen siendo sus fabes.

Ramón Martínez y Amalia García, así se llaman sus dueños, ya te contaron sus secretos hace cinco años para aquel reportaje titulado ‘Vida en las cumbres’, en el que relataste las singularidades de quienes moran todo el año en los altos de los puertos asturianos. En esta comida de trece hambrientos viajeros, pese a diferenciarte como un judas pidiendo tus garbanzos, ella no te ha reconocido. Viendo su carácter creciente, sus sonoros tacos de nieve virgen y sus 78 enérgicos años, has preferido guardar silencio acerca del reportaje, que te cuidaste de enviarle por correo tradicional, una vez publicado en EL COMERCIO, en cumplimiento de lo prometido. No vaya a ser que te arree un zarpazo. El marido se acerca también para hacer alguna carantoña a los dos niños de la mesa e interesarse por el éxito de les fabes. Ramón y Amalia son la última llama de vida del alto de Tarna. Cazan, cocinan, pasean y respiran aire puro. No echan de menos la ciudad. Ni saben de crisis ni escándalos. El alto de Tarna, adonde se llega tras una infinita colección de baches astures, está cogelado en el tiempo. Y la pota de fabes, o de garbanzos, aguarda siempre caliente en la lumbre. Así será mientras vivan.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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