“El ‘Elogio del Horizonte’ no es un símbolo de Gijón; esto en cambio sí lo es”. Vicente Vázquez Canónico levantaba en ese momento una pequeña peana con un trozo de barandilla del Muro de San Lorenzo en sus manos. La reproducción, a una escala que entraba en la palma de la mano, era totalmente fiel. Y su afirmación, vista con el paso de los años, no era nada descaminada. Podríamos decir que el ‘Elogio’ es un icono turístico, por supuesto, pero si queremos identificar esencias no estaría en primera línea de salida. En cambio, la barandilla del Muro, con sus inconfundibles ensambles, sí sería un perfume de ciudad que daría un respingo, en la escala de Canónico, si llegase facturada, a modo de regalo sorpresa, a ese amigo Fernando que vive en Sidney (al menos eso dice él, porque yo no acabo de creérmelo), o ese hermano Óscar que vive en Alicante o esa Avellana que vive en Madrid o esos miles de gijoneses que pueblan el planeta Tierra. Si cualquiera de ellos recibiera semejante envío y colocase la barandilla del Muro en sus manos la nostalgia los atraparía al instante y la sencilla pero profunda creación de Canónico pasaría a presidir a buen seguro el lugar más visible del salón de su casa.
¿Cuáles son las esencias de Gijón? De ellas conversé con Canónico en una entrevista para EL COMERCIO en su casa de Castiello hace ya varios años. Él apostaba por la barandilla del Muro. Con el correr de los años, yo también. Podríamos enumerar otros ítems que definen la ciudad si bien con la barandilla del Muro quizá estamos condensando toda la playa en sí misma, la iglesia de San Pedro, la Antigua Pescadería, la Escalerona y la Ería del Piles, hasta llegar a ‘La lloca’, que tiene más pedigrí que el ‘Elogio’ y es en ese sentido más gijonesa. Podría simbolizarse Cimadevilla en la Cuesta del Cholo, donde sigue muy presente el mar en relación directa con nuestra arquitectura playa y nuestros modestos barcos de recreo, frente a la Antigua Rula. La tercera esencia podría ser el Café Dindurra, en comunión con el Teatro Jovellanos, y la cuarta, nuestro estadio de El Molinón, en una ubicación absolutamente paradisiaca, cerca y lejos del mar y el casco urbano. Luego habría que añadir otras tres esencias de ciudad más prosaicas, por no decir más bien feúchas, pero que la caracterizan: serían El Musel, la torre Bankunion y las plazas de San Miguel y el Parchís en una candidatura conjunta estas dos últimas. Hemos llegado a seis, pero seguro que todo el mundo tiene una séptima y una octava y una novena esencia hasta configurar por completo la city (la estatua de Pelayo, el Bibio, el Carmen, la Universidad Laboral…).
Yo voto con Canónico. Me quedo con la barandilla del Muro, con ese trozo de Gijón que respira mar por los cuatro costados, que da uniformidad a nuestro mejor escaparate, que es la playa, que nos lleva desde el Campo Valdés hasta El Rinconín cuantas veces gustemos permaneciendo fiel a nuestra cita diaria con el mar, que nos ordena el paseo, que nos deja subir y bajar al arenal cuantas veces queramos, que es sencilla y bonita a la vez. Y que es, a estas alturas de la película, más gijonesa que los propios gijoneses.