Dos avilesinos andan secuestrados en Colombia tras adentrarse en un territorio comanche llamado La Guajira. ¿Imprudencia? Hombre, quizá sí. Su caso refresca en mi memoria aquel inolvidable viaje a Guatemala en noviembre de 2001 en el que te hablaban de secuestros, violaciones y robos en el monte. ¿Y fuimos al monte? Pues sí. Varias veces, además. Ocurre que, en el primer caso, la ascensión al volcán Pacaya, contratada en una oficina turística de Antigua, incluía una dotación del Ejército guatemalteco para garantizar la seguridad de los excursionistas. Resultó curiosa aquella cómoda ascensión hasta sus 2.510 metros rodeado de varios soldados con sus rifles. El tramo final lo dejaron ya para los turistas. Desde el cráter olías extraños azufres que emergían de sus entrañas. Te advertían de que no te asomaras demasiado pues a veces escupía alguna piedra este volcán dormido que ‘resucitó’ con estruendo en 1965 y tuvo después varias réplicas, la última en 2010, cuando escupió lava de verdad. Aquel día soltaba vapores en duermevela y los incautos viajeros nos deleitamos primero con la sensación de estar en aquel lugar y después con la de bajar el tramo más alto derrapando por una curiosa arena negra.
Si la experiencia del Pacaya fue singular, la del lago Atlitán tampoco estuvo mal. El reto era subir el volcán San Pedro (3.020 metros). Allí no había Ejército de escolta, pero sí guías que te daban una poca de seguridad. Llevaban un machete y bueno, era lo que había, aunque mucho te temías que si aparecía un grupo de bandidos el guía saldría por patas el primero. Dos gijoneses y dos alemanes, dos dobles parejas, conformaban la expedición. La subida fue durilla, con el único incidente de encontrarte una gran serpiente muerta en el camino. Al llegar arriba, las vistas del lago eran espectaculares, presidido por otros dos volcanes, Atitlán y Tolimán, y punteado por una sucesión de pequeños pueblos, hasta doce con los nombres de los apóstoles. El más grande, con un nombre rotundo y precioso: Panajachel. Estábamos recreándonos en aquella vista después de tres horas de ascensión cuando el guía suelta de repente: “Vámonos ya, que vienen los violadores”. No es que vinieran físicamente, sino que podían aparecer en cualquier momento. Así que cinco minutos después de coronar el San Pedro hubo que poner tierra de por medio. La amenaza del guía, pensé, era sólo eso, una amenaza, para bajar rápido y quitarnos de enmedio. No imaginaba a asaltantes de cimas, sino más bien a asaltantes de valles, siquera solo por comodidad. Pero hubo que hacer caso a aquel guía y la esposa todavía me recuerda su mal recuerdo de aquella matada: tres horas parriba y dos pabajo casi sin parar.
Ahora que cobra vigencia la inseguridad de algunos países lationamericanos (Colombia, Venezuela, Brasil, Guatemala…), piensas en la pena de no haber fotografiado al Ejército escoltándote en la subida al Pacaya. Sería la foto. Quizá entonces no lo valoraste en su justa medida o tenías miedo de que les sentara mal. En Guatelama no aparecieron asaltantes montunos ni en el Pacaya ni en el San Pedro. Apenas paraste en la capital para cambiar de un autobús a otro, pues aquello metía miedo. Pero el resto del país (Antigua, Flores, Tikal, Aguadulce, Livingstone, Kirigüá, Panajachel, Chichicastenango) te pareció una equívoca balsa de aceite, donde lo pasaste bomba rebomba. Sólo había que tomar la pequeña precaución de atinar a subir a los volcanes cuando están durmiendo.