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Adrián Ausín

Campo y playu

Citera

(Tragicomedia griega 5)

El vuelo de Corfú a Citera se convierte en un divertido tour de isla en isla. El avión es poco más que una avioneta de hélices de unas treinta plazas, vuela bajo y permite ir divisando el mar Jónico a cuerpo de rey. Para en Leucade, Cefalonia, Zacinto (con repostaje incluido) y, finalmente en Citera, isla situada frente a la costa del Peloponeso que la guía destaca por estar apenas explotada turísticamente. La comprobación es inmediata. Hay un solo taxi y está reservado por tres mujeres. El taxista, un tipo simpático que como otros tantos fue marino e hizo escala en Gijón, dice que si éstas ocupan poco nos mete a los cinco juntos y compartimos gastos hasta Hagia Pelagia, a unos 30 kilómetros del aeropuerto. Cuando aparecen tres orondas griegas, mira para nosotros y ríe. No hace falta decir que no hay trato. Llama a otro taxi, que aparece a los veinte minutos y lo compartimos a su vez con una pareja griega. Cobra 24 euros.

En Hagia Pelagia, el hotel está un poco retirado del pueblo, pero a cambio ofrece desde su altura una terraza con bonitas vistas al Egeo y al Peloponeso, una sucesión de montañas terrosas cuyas laderas desdienden hasta el mismo mar. En la escala de Zacinto te comiste un rico bocadillo de queso feta, tomate y pechuga de pollo. Toca cenar pronto. Hagia Pelagia es sencillo, alargado, tiene un par de playas, un pequeño puerto con una docena de embarcaciones menores y un paseo con terrazas muy agradables para una cena tempranera ‘con vistas’. En el Estela te recibirá Demis Roussos en versión griega. Un camarero corpulento, con barba recortada y una extraña calva que deja luego mucho pelo desde la nuca hasta la parte baja del cuello (quién sabe si le llega hasta los pies). Demis Roussos te da la carta pero a continuación explica tres platos cocinados ese día haciendo elocuentes gestos con las manos. Atacamos sus propuestas: albóndigas con tomate y un pisto griego, junto a una ensalada de lechuga y una botella de resina. Curiosamente, como en muchos otros lugares, el postre es una cortesía de la casa, solo que esta vez en lugar de la sabrosa sandía son dos pastelitos muy ricos. Con alabanzas a Demis Roussos y su amable trato pones fin a la jornada.

La noche será tremebunda. En la habitación hay una legión de mosquitos hambrientos que muestran lógica predilección por la esposa. El marido enciende la luz varias veces, agarra una camiseta usada y zas, zas, zas; pum, pam; pum. Por la mañana, la inmaculada habitación de paredes blancas parece el escenario del rodaje de ‘La matanza de Texas’. Cuando narras tu peripecia al dueño del hotel quieres ver un gran mosquito en él: viste de negro entero, usa gafas con montura negra, lleva el pelo negro engominado y tiene la nariz afilada. ¿No tendrá usted algo que ver…? Al final le pides insecticida para la segunda noche, además de información sobre la forma de salir de la isla al día siguiente que resulta bastante alarmante por la imposibilidad horaria de empalmar Citera con Gerolimenas, siguiente destino. Pero esa es otra historia. El día tiene un guión fácil: alquilar un coche y dar vueltas a la isla o playa. Gana la opción playa, con tumbonas, rico baño y bocata.

Por la tarde, vemos a Demis Roussos en su terraza. Y decido atacarlo con una singular idea. De Citera a Neapolis, el pueblo situado enfrente, en tierra firme, solo sale un barco diario a las cinco de la tarde. Y de Neapolis hacia Esparta, para enlazar con Gerolimenas, donde tienes pagadas dos noches de hotel, el último autobús sale a las cuatro. La cosa parece no tener solución. Pero la tiene. Preguntas a tu camarero barbudo si conoce a algún fisher man que te cruzaría por equis dinero y él llama al instante al dueño de la barca más grande, de unos nueve metros de eslora y con un altillo donde está el timón. A los cinco minutos llega el tipo en cuestión en un gran todoterreno, se baja, pide un café frapé, coloca la cajetilla de tabaco en la mesa de la terraza y ajusta sus gafas de sol. Un chulangas en toda regla, piensas. Barato no será. En efecto. Te dice que 200 euros. Pero abre la puerta a un arreglillo. O esa misma tarde o a las cinco de la madrugada debe recoger a una persona al otro lado del Egeo. Si es por la tarde, demasiado pronto. Si es de madrugada puede haber trato; en tal caso cobrará cien euros, pues el otro pagará los otros cien. Haces cálculos y aceptas. Es la única solución.

Cuando vas a Estela a hacer merienda-cena, antes de que se siente una legión de noruegos, tienes ya el recado del chulangas a través de Demis: ok a las cinco. Cenas un sabroso cerdo estofado con arroz, un poco de sandía y rápido para el hotel. Cuando el señor Mosquito te recibe en recepción te pregunta curioso cómo vas a resolver el transporte del día siguiente y le replicas satisfecho: “There is another solution”. Se queda algo sorprendido y muestra su conformidad con el precio por cruzar las doce millas que separan Hagia Pelagia de Neapolis. Con la habitación liberada de mosquitos tras un rastreo milimétrico, pones el despertador a las cuatro de la madrugada y te duermes inquieto por tu aventura marítima en la oscuridad.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


agosto 2013
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