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Adrián Ausín

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De noche por el Egeo

(Tragicomedia griega 6)

Cuando suena el despertador es noche cerrada. Cuatro de la mañana. Dos duchas rápidas y a caminar hasta el embarcadero. Hay unos quince minutos, en los que resuenan las ruedas de las maletas. Solo se escucha su runrun solapado por el de los grillos. Cuando te acercas al bote, distingues a Gio en la cubierta. Tras dejar el equipaje, indica a sus ‘invitados’ gijoneses que suban a la parte del timón, donde los tres viajeros se aprietan en un banco corrido. A las 4.50 inicia la maniobra. En la oscuridad total se diferencian algunos reflejos lunares en la superficie marina, mientras las luces de Neápolis indican con claridad el destino.

Gio confiesa que ha dormido en el bote. No le gusta madrugar, así que tiró por la calle del medio tras tomarse alguna copichuela. Mientras da algunos acelerones a su bote se despacha a gusto sobre la situación de Grecia. Llama “cerdos” a los gobernantes (“ahora nos gobiernan otros cerdos, pero sigue todo igual”, dice exactamente). Explica que las islas no reflejan la crisis porque hay poca hipoteca a lomos de sus habitantes. En ellas hay más viviendas que pasan de padres a hijos, además de una economía basada en el turismo y la agricultura que maquilla la situación. El drama, asevera, está en las ciudades. De España conoce Barcelona, donde visitó el Camp Nou. También habla de Brasil, donde estuvo hace unos años. Entre fútbol, crisis y viajes, la embarcación llega a destino aun de noche. Gio agarra los cien euros con rapidez y se despide. En Neapolis hay un café abierto. Son casi las seis. Comienza a amanecer. Dos abuelas llegan a la playa, se desvisten y entran al mar. Como las de la Escalerona de Gijón pero en versión griega. Te enteras entonces de que el primer bus a Esparta saldrá a las ocho. Así que vas viendo desde un banco cómo despunta el día. La experiencia del madrugón, el barco y el amanecer es interesante.

esperando en neapolis

La carretera a Esparta es muy guapina. Paisaje agreste, montañas marrón oscuro, mar azul intenso, pueblos. En dos horas entras en la nueva Esparta, una población fea, nada que ver con la de aquel rey Menelao, hermano de Agamenón, al que el osado Paris le robó a su bella Elena. Como no sabes nada de Gerolimenas, el pueblo costero del Peloponeso al que te diriges, más que las espectaculares fotos vistas en internet, supones que no hay más remedio que alquilar un coche, pues está en un lugar recóndito a unas dos horas de Esparta y quizás allí necesites moverte. El bus te para en mitad de Esparta al lado de su único rent a car. Ahí te recibe un hombre con cara de crisis que tiene alquilados sus coches. Quizá esté a punto de recibir uno. Te pide 110 euros por dos días. Le dices que ni de coña, él quiere entonces aprovechar la visita para ponerse a hablar de España y de la economía y bla bla bla. Pero tú cortas rápido y te vas a la estación.

 Preguntas en taquilla por Calamata, la Calamata de las famosas aceitunas, en la idea de alquilar allí un coche, al ser la población más importante de la zona. Pero son las diez y media de la mañana y no hay bus a Calamata hasta las tres de la tarde. Uf! Hasta ese momento no te has planteado intentar llegar a Gerolimenas en autobús, pero quizá sea la solución. Es entonces cuando como por arte de magia, mientras estás sentado en la estación dudando qué hacer, dicen algo así como “last call to Gerolimenas”. Sueltas casi un grito: “¿Gerolimenas? ¿Dijeron Gerolimenas?”. Corres a la taquilla, te confirma una agradable chica que sale en ese momento un autobús para Gerolimenas, compras dos billetes como si te hubiera tocado la lotería y te subes al autobús casi en marcha. Hay dos horas. Así que llegarás a las doce y media de la mañana; toda una hazaña si tienes en cuenta las perspectivas que te daba el señor Mosquito desde Citera. El milagro de llegar a Gerolimenas (después de dudar muchas veces en Gijón si anular esa reserva por el problema de llegar hasta allí) se ha producido. Y Gerolimenas será, además, un auténtico paraíso perdido.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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